Respuestas
Al perro cazador le gustaba salir de cacería pero siempre acababa agotado y con el cuerpo lleno de agujetas. Su misión era ir unos metros por delante de su amo oteando el horizonte y olfateándolo todo por si percibía algún movimiento extraño detrás de los arbustos. Cuando notaba que en ellos se ocultaba algún animal despistado como un conejo o una perdiz, daba la señal de alerta con un ladrido y salía corriendo para intentar capturarlo.
No, no era un trabajo fácil. A veces se pasaba horas y horas sudando la gota gorda para nada, pues al llegar la noche no había conseguido atrapar ni una mosca.
En otras ocasiones, por el contrario, pensaba que el esfuerzo había merecido la pena porque regresaban a casa con tres o cuatro magníficas piezas ¡Qué orgulloso se sentía cuando su amo le felicitaba con unas palmaditas en el lomo!
– ¡Buen chico! ¡Eres el mejor perro cazador que he visto en mi vida!
Su compañero, el perro guardián color canela, siempre salía a recibirles moviendo la cola y dando saltitos. Como buen animal de compañía que era se ponía muy zalamero con su dueño y se le tiraba al pecho para darle lengüetazos en la barbilla. Después, el hombre se dirigía a la cocina, abría la saca y les regalaba una presa.
– ¡Tomad chicos, una para cada uno que a los dos os quiero por igual y así no hay peleas!
Como es lógico al perro casero le parecía el mejor obsequio del mundo, pero al perro cazador no le hacía ni pizca de gracia ¿Te imaginas por qué? Pues porque no le parecía justo recibir el mismo regalo cuando solamente él había trabajado durante toda la jornada.
Un día se hartó y le dijo a su amigo:
– ¿Sabes qué te digo? ¡Me siento muy ofendido por lo que está pasando! Yo me paso las tardes enteras cazando mientras tú te quedas aquí tan ricamente tumbado sobre una esterilla tomando el sol.
Su amigo le contestó sin mover ni un músculo y como si la cosa no fuera con él.
– Reconozco que tu trabajo es muy duro y en cambio yo ni me canso, ni me muevo, ni me altero. Lo mío es comer y roncar ¡Una auténtica bicoca!
El perro cazador se enfureció.
– ¡¿Y a ti te parece bien?! Yo corro, salto y ladro durante horas dejándome la piel y tú venga a dormir a pierna suelta. No sólo es injusto sino que encima nuestro amo nos lo agradece por igual dándonos el mismo regalo cuando soy yo quien ha hecho todo el trabajo ¡Yo me lo merezco pero tú no!
El perro guardián meditó sobre estas palabras y le contestó con la misma parsimonia.
– Amigo, tienes toda la razón.
Al perro cazador le hervía la sangre.
– ¡Pues claro que la tengo!
El tranquilo perro guardián, hasta las narices de recriminaciones, le contestó un poco cabreado:
– ¡Sí, la tienes, pero si quieres quejarte, quéjate ante nuestro dueño, porque yo no tengo la culpa! Él fue quien en lugar de enseñarme a trabajar, me enseñó a vivir del trabajo de los demás ¡Yo solamente cumplo órdenes!
El perro cazador se quedó petrificado porque lo cierto es que su amigo había dado en el clavo: solo se aprovechaba de una situación ventajosa que le habían puesto en bandeja.
Comprendió que última palabra la tenía el amo, así que se fue a hablar con él para convencerle de que, si les quería por igual, lo razonable era repartir el trabajo de caza entre los dos.
El hombre escuchó las quejas y afortunadamente lo entendió. A partir de ese día entrenó al perro guardián para ser un hábil perdiguero y una vez que estuvo preparado, comenzaron a salir de cacería los tres juntos y a repartir el botín de manera justa y equitativa.
MORALEJA: En la vida debemos aprender que las cosas hay que ganarlas gracias al esfuerzo y al trabajo personal. Intenta formarte y superarte cada día en todo lo que hagas y verás cómo te sentirás orgulloso de tus logros.