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El estado teológico. (Ficticio). Es el punto de partida del espíritu positivo. En él se pretende dar respuestas absolutas a todos los fenómenos que resultan extraños, tendiendo a hacer que todo se parezca o asimile al hombre. Busca las explicaciones en razones obscuras y sobrenaturales. Domina la imaginación.
El estado metafísico. (Abstracto). En este estado se busca el por qué y la explicación de la naturaleza en las cosas mismas, a través de entidades abstractas, inmutables y necesarias. Sigue manteniendo ese carácter del estado teológico de dar explicaciones absolutas, esto le hace estar más cerca del estado anterior que del positivo. Domina el razonamiento. El espíritu metafísico no tiene la autoridad efectiva que tenía el estado teológico, aunque ha servido, pensaba Comte, entre los siglos XIII a XVIII para descomponer el sistema teológico en los distintos géneros del saber. Por eso es una fase destructiva y crítica, no constructiva.
El estado positivo. (Real). Última etapa del desarrollo del espíritu humano. No busca el por qué de las cosas sino el cómo aparecen y se comportan los fenómenos. Solo interesa la descripción fenoménica y la regularidad de su obrar. Estado definitivo de la positividad racional, tiene como rasgo distintivo el de la subordinación constante de la imaginación a la observación; el espíritu humano renuncia a las explicaciones absolutas de etapas anteriores y ser circunscribe al dominio de la verdadera observación. Este estado se rige por la regla de que toda proposición que no pueda reducirse al mero enunciado de un hecho, particular o general, no tiene sentido (criterio de discriminación de Hume).