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Entre 2004 y 2014 todos los países exportadores de hidrocarburos gozaron de una bonanza de ingresos provenientes de los altos precios del petróleo, que sólo es comparable con el alza de los precios durante los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado. Mientras en los últimos veinte años los miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) aumentaron – en promedio – su producción de petróleo en un 30,5%, en cambio, Venezuela disminuyó la suya en un 56,1%[1]. Esta caída de la producción no ha ocurrido de forma aislada, nuestro país atraviesa su peor depresión económica desde 1830[2], lleva cinco años de contracción económica y todo indica que el presente año también lo estará. En paralelo a la crisis actual del sector de hidrocarburos, la raza humana enfrenta, quizás, su mayor desafío, el cambio climático. Los mecanismos de adaptación y mitigación para enfrentar al mismo van a tener efectos significativos sobre la industria global de los hidrocarburos. Es decir, los países exportadores de petróleo presentan un difícil reto con fecha de vencimiento: lograr que sus economías – dependientes de la producción petrolera – alcancen una transición hacia la sostenibilidad medioambiental. Este desafío se vuelve una labor titánica en cuanto hablamos del caso venezolano, aunque no imposible.
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