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Una de las mayores preocupaciones de este tiempo es la preservación del medio ambiente. El cambio climático ya no es un concepto teórico, sino algo que vivimos día a día, en nuestros propios cuerpos, nuestros animales y las plantas que nos rodean, llenas de flores cuando deberían estar sin hojas por el invierno. La búsqueda de nuevas alternativas de extracción de petróleo –como “Vaca Muerta” en nuestro país- es la mejor muestra de que ya no es tan fácil ni barato conseguir petróleo en el mundo.
Frente a esta realidad, hace una década surgió en Irlanda e Inglaterra el movimiento de Pueblos de Transición (Transition towns), y de allí se extendió a todo el mundo. Son localidades que comenzaron a organizarse para lograr la autosuficiencia alimentaria y energética. El primer pueblo de transición fue Kinsale, una ciudad de 7.000 habitantes en Irlanda, donde unos estudiantes de permacultura diseñaron un plan de reducción del consumo energético. Si bien es más fácil de implementar en poblaciones chicas y asentamientos rurales como las ecoaldeas, hay ciudades de transición como Bristol, con 400.000 habitantes, y grandes ciudades consideradas “verdes” por sus iniciativas ambientales, como Curitiba, Estocolmo y Copenhague.
Cada comunidad de transición utiliza los métodos que considera mejores; algunos pueblos como Totnes, en Inglaterra, hasta tienen su propia moneda local. Sus integrantes consideran que una vida sin petróleo puede ser más feliz, equitativa y satisfactoria, con nuevos lazos sociales en lugar de un sistema que favorece la avaricia, el trabajo desmedido y la guerra por los recursos no renovables. Existe una red de transición global, cuyos objetivos son apoyar, inspirar, entrenar y estar comunicados de todas las formas posibles, porque consideran que las personas y el planeta son parte de una comunidad de vida interdependiente.
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