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la basura y la suciedad de los perros
No ha existido, en la historia de la humanidad, una enfermedad tan devastadora como la peste negra –la moria grandissima– que apareció en la Europa medieval en el siglo XIV y que ocasionó la muerte de millones de personas, posiblemente la cuarta parte de la humanidad en ese entonces, lo que equivaldría en los tiempos actuales a centenas de millones de personas; la gravedad de la peste negra ha permitido que sea considerada por ciertos historiadores la segunda gran catástrofe de la humanidad, en cierta medida un eufemismo para explicar el impacto de la enfermedad en esos tiempos.
Basta un poco de imaginación para entender el dolor y desesperación de la gente en ese entonces, carente de información, tecnología y conocimientos médicos ante la llegada de un mal repentino y salvaje que aniquilaba la convivencia, sin esperanza alguna de salvación, lo que llevó a muchos a considerar que se trataba del inicio del apocalipsis, por lo que no tardaron en surgir las teorías respecto de que la enfermedad tenía relación directa con los pecados de los hombres y la comprensible ira divina, a las cuales se sumaron sospechas de carácter astrológicas, tales como que “la conjunción de Saturno, Júpiter y Marte habría cambiado la luz por tinieblas y alterado las olas de los océanos”, o que Júpiter había enviado vapores pútridos a la Tierra, los que habían alterado el orden natural de nuestro planeta. Otros culpaban a los terremotos o a las erupciones volcánicas tratando de explicar el origen de tan mortífero mal, mientras que no pocos médicos aseguraban que la plaga volaba por los aires emergiendo de la boca de los fallecidos con la forma de una “llama azulada”.
El desconcierto era notable, asegura el escritor Federico Kukso, señalando que también se empezó a conjeturar que la enfermedad se transmitía por la mirada y también por el aliento, lo que llevó a Guy de Chauliac a conjeturar que “era tan contagiosa que no solamente a causa de estar juntos, sino que con mirarse uno al otro, la gente lo cogía”, mientras que otros estaban seguros de que la peste era causada por nubes de aire infectado que emanaban de pantanos, lagos, valles; emanaciones que inclusive eran absorbidas a través del contacto con la piel. Los historiadores señalan que la peste negra trajo consigo severas consecuencias políticas, económicas y sociales, contribuyendo al debilitamiento del feudalismo y la aparición de nuevas normas de comportamiento colectivo, incluyendo un “sentido laico de la muerte”, es decir, una transformación profunda de la cosmovisión de ese entonces.
Fue recién a finales del siglo XIX cuando la ciencia llegó a determinar que la causa de la peste negra se encontraba en una bacteria que vivía en los estómagos de las pulgas de las ratas, las cuales bloqueaban su tracto intestinal; cada vez que las pulgas picaban a un ser humano se “atragantaban con la sangre no digerida y la vomitaban en la herida”, contaminándola con el agente infeccioso. Resultaría disparatado tratar de comparar lo que estamos padeciendo con la peste negra y quizás un poco aventurado afirmar, como muchos lo hacen ahora, que la actual pandemia traerá cambios definitivos en el futuro cercano de la humanidad.