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La vacilante respuesta de Estados Unidos ante los acontecimientos que están teniendo lugar en Venezuela es un reflejo más de las tradicionales dificultades que atraviesa la política de EE.UU. hacia la región: hay una escasez de nuevas ideas. Por su parte, la Unión Europea, sumida en una crisis económica que no la deja ver más allá de sus fronteras, carece de una política exterior común coherente: sus vínculos con América Latina se reducen a la cooperación al desarrollo y a determinados acuerdos comerciales que dejan fuera a potencias emergentes como Brasil.
Mientras algunas de las mentes más brillantes en EE.UU. se han pasado décadas lidiando con Oriente Medio y la guerra contra el terrorismo, resulta bastante difícil recordar la última vez que un gobierno estadounidense articuló una visión convincente sobre los vecinos latinoamericanos. Por su parte Bruselas sigue a vueltas con un posible acuerdo de libre comercio con el MERCOSUR, en negociación desde mediados de los 90, lo que crearía un mercado de más de 700 millones de habitantes.
Durante más de un siglo, América latina fue el satélite de un mundo cuyo epicentro estaba ocupado por Estados Unidos y Europa. La región era un tapiz de contrastes entre ciudades cosmopolitas y un campo atrasado. Las guerras internas y los conflictos sociales que sacudieron a América Latina durante la Guerra Fría formaban parte de ese mundo cuyo centro pasaba por el Atlántico, y cuya forma se delineó en la batalla entre el capitalismo democrático occidental y una versión occidentalizada del comunismo.
Sin embargo, en menos de una generación, la “globalización” de América Latina ha cambiado cada una de estas actitudes. Dado que la mayor parte de América Latina juega un papel dinámico en la economía mundial y se ha subido al carro de las revoluciones en las telecomunicaciones e Internet, se puede asegurar que ninguno de los socios del sur está fuera de juego. Hoy un inmigrante colombiano en Madrid puede estar en contacto diario con su familia en Barranquilla a través de un teléfono móvil de prepago y un inmigrante ecuatoriano en Barcelona puede enviar dinero a su madre o hablar por video chat con su hija en Guayaquil cada día. La dicotomía existente entre los enganchados a la modernidad y los más rezagados está desapareciendo, incluso aunque las desigualdades que esta lleva aparejadas persistan.
Además de esta revolución “smartphone-Facebook-Twitter”, la inmersión de la región en la “Comunidad del Pacífico” ha supuesto un cambio respecto hacia dónde los líderes latinoamericanos prestan su atención. Los nuevos patrones comerciales con China y los países asiáticos han reavivado el boom de las materias primas. En la actualidad, América Latina es el segundo destino más importante, después de Europa, para la inversión extranjera china, y el país asiático, a su vez, se encuentra entre los principales mercados de exportación para la región. Sin embargo, la “re-primarización” de la economía puede traer problemas para la región – sujeta al crecimiento de China y a los cambios en los precios de estos recursos naturales – que puede ver debilitada su estrategia de diversificación del comercio y aumento de las exportaciones de productos de mayor valor agregado.
Aunque la creciente economía del Pacífico representa nuevas oportunidades para América latina, la región no debería ignorar las oportunidades que ofrece Europa. En este sentido, la posibilidad de un acuerdo de libre comercio (TLC) entre la UE y EE.UU. podría constituir un importante marco para las relaciones trasatlánticas: el acuerdo no solo impulsaría el crecimiento económico de ambas potencias, sino que a su vez podría obligar a los mercados emergentes a volver a sentarse en la mesa de Doha – Brasil, China e India torpedearon un posible acuerdo en 2008 e impusieron un nuevo tono y un nuevo patrón de igual a igual en las negociaciones sobre las reglas del comercio mundial.
Muy similar a Estados Unidos, la Unión Europea tiene acuerdos de libre comercio con México, Canadá, Colombia, Perú, Corea del Sur, Australia y Chile, y está cerrando actualmente acuerdos bilaterales con Singapur, Malasia, Vietnam y Japón – todos ellos posibles miembros de la Asociación Transpacífica. De esta forma, un acuerdo comercial UE-Estados Unidos podría crear un marco trasatlántico en el que se pudiesen unificar los acuerdos de libre comercio que la UE y Estados Unidos tienen en común. Caminar en esta dirección demostraría que la relación trasatlántica está evolucionando y permitiría a Washington y a Bruselas desarrollar un nuevo tipo de asociación entre iguales más amplia, alejada del anterior marco de acción, estrecho y desfasado.