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Una doble temática tan amplia como la de “viajeros y naturalistas” implica un recorrido muy general por cuatro siglos de relaciones entre Europa y América, cuatro siglos que fueron de conquista, de exploración y de explotación. Inmediatamente, estos procesos dieron lugar a observaciones sobre la naturaleza, incluso por parte de los primeros navegadores y marineros y, de forma más profundizada, a crónicas y estudios a veces muy atentos a los saberes autóctonos, en particular por parte de algunos misioneros. A finales de la edad moderna y principios de la edad contemporánea se dio un “segundo descubrimiento” caracterizado por la sed de conocimientos, de dominio sobre la naturaleza típicos de la cultura ilustrada, y de demanda económica por parte de una Europa que iba industrializándose. Este redescubrimiento se reflejó en los numerosos viajes y expediciones oficiales o privadas, y en una cantidad notable de publicaciones (en particular de relatos de viaje). Este periodo resulta ser, sin embargo, bastante pobre desde un punto de vista etnohistórico ya que, fuera del redescubrimiento de ruinas arqueológicas y manuscritos perdidos durante siglos, pocos conocimientos, discursos y visiones del mundo natural eran referidos a las poblaciones locales. Hubo que esperar la institucionalización de ciencias como la antropología para que se concretara una mirada americana menos vertical y menos determinada por la apropiación (teórica y práctica) de la diversidad cultural y biocultural. El panorama esbozado pone de realce, a pesar de todo, el interés relativamente constante y el atractivo fuerte ejercido en los europeos por el continente americano, como fuente de alteridad y de biodiversidad.
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