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Una familia llevaba pocos días de haberse mudado al arrabal. Un lugar suciodonde muchos puertorriqueños llegaban cuando no encontraban donde vivir. Eran unas tierras sin dueños en las que construían pequeñas chozas encima del manglar. Las personas que llevaban mucho tiempo en el arrabal tenían unos terrenos secos, sin embargo los que poco tiempo llevaban allí, sus casas tenían que hacerlas en el medio del agua. Un día el bebé de pocos meses llamado Melodía e hijo único en la familia despertó, se acerco hasta la puerta y observo la superficie del agua que rodeaba el hogar. Su padre se levanto y lo regaño, el niño hizo caso y volvió adentro. Poco después la madre también se levanto asustada como acostumbraba hacerlo todas las mañanas. La pareja tuvo una conversación en la que la mujer dejo saber que no tenían nada que comer ni leche para el bebé, solo había conseguido unas hojitas de guanábanas para hacerle un guarapito al niño. El padre se levanto y se fue a trabajar. Mientras el padre trabajaba Melodía volvió a gatear hasta la puerta, se asomo y vio al otro negrito en el fondo del caño. Melodía sonrió y otro negrito también lo hizo, luego se saludaron mutuamente. Melodía sonrió y escucho que también allá abajo lo hacían. Al atardecer el hombre volvía a casa cansado, pero feliz en el fondo pues había tenido suerte en su día en el trabajo. Paro en el colmado y compro café, arroz, habichuelas y leche evaporada. Mientras volvía apresuro el paso y hasta camino para ahorrarse cinco centavos del pasaje. Fue en este momento que Melodía por tercera vez vio al otro negrito en el fondo del caño, poco antes de que su padre llegara de trabajar. En esta ocasión Melodía sonrío y el otro niño lo hizo, lo saludo y el otro volvió a contestar y fue cuando Melodía sintió amor por el orto negrito y decidió ir a búscalo.
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