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“Coco”
La película animada de Pixar más reciente, Coco, es un retrato fastuoso del intenso romance con la vida después de la muerte en México. Desde mi punto de vista, Coco es la obra cinematográfica que ha representado del modo más sofisticado la cultura popular mexicana hasta ahora.
Coco es refrescante y auténtica. No matiza nuestra intimidad con la muerte, al contrario, la transforma en una travesía asombrosa.
Gran parte de la historia en Coco se desenvuelve durante el Día de Muertos, una fiesta en la que muchos mexicanos pasan 24 horas en un cementerio montando ofrendas a familiares que ya no están con ellos. He sido parte de esta celebración en numerosas ocasiones, tanto en México como en ciudades fronterizas en Estados Unidos. Es un espectáculo que vale la pena contrastar.
Mi primera reflexión es siempre sobre la naturaleza idiosincrática de los fantasmas. Mientras que en la cultura angloprotestante los fantasmas son figuras amenazantes que se aparecen para traer mensajes desagradables (como el padre de Hamlet), en México los espíritus son amables, incluso encantadores, y siempre están listos para ofrecer su consejo. No hay sustos, no hay casas embrujadas, no hay escenas que generan sobresalto. En México le damos la bienvenida a los antepasados con música, baile y conversación.
Esto no quiere decir que la muerte sea inofensiva en México. En la mitología azteca, Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl son dos de los dioses de la muerte. Ambos gobiernan Mictlán, el inframundo azteca. Cuando una persona fallece, navega por las nueve regiones que conforman Mictlán con la ayuda de Xólotl, una especie de Virgilio que es también una representación del dios Quetzalcóatl y cuya labor es proteger el sol en el inframundo. Para el recién fallecido es una odisea que toma cuatro años. Se le presentan toda clase de amenazas: en Mictlán hay un lugar en el que el viento arrastra navajas filosas y otro sitio en el que un río de sangre está rodeado de jaguares. Se trata de una travesía purificadora a través del horizonte de la memoria en busca de su linaje; esto es, de un diálogo con los muertos que lo protegieron en vida.
Miguel Rivera, el protagonista de doce años, se embarca en este viaje junto a un perro callejero llamado —acertadamente— Dante. Ambos recorren el inframundo en donde enfrentan distintas dificultades. A lo largo de la historia aparecen constantemente obstáculos y malos augurios —en México, la palabra “coco” se usa para designar a un espíritu diabólico—, pero como Coco es una película para niños los desafíos terminan en risa. Esto no es del todo lejano a la manera mexicana de abordar la muerte: el humor juega un papel indispensable. Reírse de la muerte en México es una actitud valiente.
Se ha dicho que la característica distintiva del compromiso de México con la muerte es el sacrificio. Uno se sacrifica por cualquier tipo de cosas: el bienestar de la familia, del país y Dios. Para muchos mexicanos una vida honorable es una vida de sacrificio, de martirio, incluso.
El gran aprendizaje de Miguel tiene que ver con el sacrificio. El sacrificio le enseña a no tener una idea aséptica de la muerte: a no esconderla o sentirse avergonzado por ella. Es por eso que los mexicanos montamos altares en nuestras casas, con fotografías de las personas cercanas que han muerto que conviven con fruta, pan, dulces y velas.
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