“Jesucristo es el Hijo eterno de Dios”. Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles; todo fue creado por Él y para Él. Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea Él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer redimir en Él toda la plenitud y reconciliar por Él y para Él todas la cosas, pacificando, mediante la sangre de la Cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos” (cf. Ef 1, 15-20).
Hecho hombre, por obra del Espíritu Santo en el seno de María, nos manifestó al Padre en su Persona y en si predicación. Nos dio el mandamiento nuevo de que nos amáramos los unos a los otros como él amó; nos enseñó el camino de las bienaventuranzas: ser pobres en espíritu y mansos, tolerar los dolores con paciencia, tener sed de justicia, ser misericordiosos, limpios de corazón, pacíficos, padecer persecución por la justicia. Padeció bajo Poncio Pilato. Murió por nosotros como Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Fue sepultado y resucitó por su propio poder, y por su resurrección nos llevó a la participación en la vida divina. Subió al Cielo, de donde ha de venir de nuevo con gloria, para juzgar a los vivos y a los muertos, a cada uno según sus propios méritos. Y su reino no tendrá fin.
Por tanto, Jesucristo es el Centro del mundo, de la historia, y de la vida de todos los hombres; y su único Salvador. Sólo en Él está nuestra salvación sin compartirla con otros mediadores o fundadores de religiones. La Persona de Jesucristo, Hijo de Dios y verdadero hombre entre los hombres es, por ello, el centro y la síntesis de la fe cristiana. En Él encontramos el programa de la Iglesia y de la familia cristiana. En consecuencia no hay que inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el evangelio y la tradición viva; se centra en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar para vivir en Él la vida trinitaria y transformar el Él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celestial. Es un programa que no cambia al modificarse los tiempos y las culturas, aunque los tiene en cuenta para un verdadero diálogo y comunicación eficaz.
El conocimiento de Jesucristo, nace y crece, sobre todo, mediante el encuentro con su Palabra en la escucha y lectura del Evangelio, la participación en la vida, sobre todo en la Eucaristía, el trato en la oración personal y comunitaria, y el servicio y preocupación por los pobres y necesitados. Este conocimiento lleva al amor a su Persona y a practicar el mandamiento del amor al prójimo, que Él nos dio como distintivo y que es el comienzo de toda imitación de su vida.
Por tanto, la lectura de la Palabra de Dios y el Evangelio en familia, la participación, como familia, en la eucaristía dominical, la oración en común y las obras de caridad tienen un lugar preponderante en el hogar cristiano. Estas manifestaciones son parte esencial de la catequesis familiar
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