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El discurso es clave en la educación, no en la mera enseñanza. Esta elemental verdad pedagógica a
menudo se soslaya, pues es evidente que el rumbo de la educación institucionalizada con frecuencia se
aparta de lo que debiera ser su esencial destino: el desarrollo personal.
Sin dejarnos arrastrar por el pesimismo, parece que hoy en numerosos centros escolares se
advierte el impacto negativo del uso inadecuado o abusivo de la técnica así como otras influencias
perniciosas incompatibles con el cultivo de la formación. El predominio del negocio, por ejemplo, rebaja
considerablemente la calidad de la educación. En estas circunstancias resulta harto difícil avanzar por la
senda de la auténtica formación.
Aun cuando no los suscribamos, no es extraño que surjan algunos panfletos antipedagógicos. Lo
que pasan por alto sus autores es que no hay que ir en contra de la Pedagogía, sino de la mala Pedagogía.
Esta ciencia, aunque no está exenta de errores, ocupa un lugar preeminente en el estudio de la educación y
se distingue por el compromiso con su mejora. Son, por esta razón, las tendencias pedagógicas
inadecuadas las que han de combatirse, no la Pedagogía misma, que, según queda dicho, constituye una
atalaya desde la que se enfoca el proceso de perfeccionamiento humano.
En sintonía con los comentarios anteriores, se redacta este artículo en el que, desde una perspectiva
humanista, se brindan claves a los profesores para la mejora cotidiana de la educación. Más allá de las
necesarias reflexiones teóricas, este texto aspira a ser preponderantemente práctico. La virtualidad de la
Pedagogía ha de patentizarse en conquistas en el aula. Pues bien, la auténtica via regia para promover
estos logros formativos se halla en el discurso educativo, cuya atención supone, cuando menos, una
reivindicación de la centralidad de la retórica en la praxis educativa. Con toda razón dice Naval (1992, 27-28)
que la sofística es el arte de hacer verosímil lo falso y la retórica el arte de hacer verosímil lo verdadero.
La retórica genuina es comunicación acrecentadora que hunde sus raíces en la tradición occidental.
La retórica o arte de bien decir se interesó originariamente por la lengua hablada con la finalidad principal
de persuadir. Según refiere Cicerón (106-43 a. C.), por cierto egregio orador, la retórica se inicia en el siglo V
a. C. en el tránsito de la tiranía a la democracia, por la necesidad de los nobles o eupátridas de recuperar
sus tierras. La pretensión de defender bien la causa en los litigios favoreció la emergencia de la retórica, en
la que destacaron como creadores Córax, en su forma oral, y Tisias, con un manual. El propio Cicerón en un
pasaje de su “Bruto” (2004, 16) escribe: “La elocuencia es compañera de la paz y socia del ocio, y por decirExplicación: