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La duración de la jornada laboral ha sido una lucha histórica de los trabajadores, al punto que fue el primer tema que se trató cuando nació la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en 1919.
El 29 de octubre de ese año se realizó la primera reunión de la Conferencia de la OIT, en Washington, y el primer punto del orden del día fue sobre las horas de trabajo en las empresas industriales.
Ahí se adoptó el Convenio 001 de la OIT, que limitó las horas de trabajo en las empresas industriales a ocho horas diarias y 48 semanales. Este acuerdo a escala internacional entró en vigencia el 13 junio de 1921, aunque Ecuador no lo suscribió, señala Gabriel Recalde, director del Observatorio de la Política Laboral.
Pero antes que naciera la OIT, los trabajadores llevaban décadas luchando para alcanzar el objetivo de limitar la jornada laboral. El evento más recordado es el 1 de mayo de 1886. Esa fecha fue escogida por un grupo de trabajadores estadounidenses para reivindicar la jornada de ocho horas diarias, cuando lo habitual en esos años era trabajar entre 10 y 16 horas, aunque los historiadores hablan de jornadas extenuantes de 18 horas, con niños trabajando en las fábricas.
En aquella época, cuando la revolución industrial estaba en pleno desarrollo, la Federación Estadounidense del Trabajo (AFL, por las siglas de American Federation of Labor) lanzó una propuesta para dedicar ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa, recuerda Aurelio Jiménez en un artículo publicado en el 2012 en El Blog Salmón, un portal especializado en temas económicos y empresariales.
Con esa consigna, la AFL escogió el 1 de mayo de 1886 para dar inicio a la reivindicación de miles de trabajadores, quienes llevaron a cabo una huelga de gran magnitud. La mayoría de obreros lograron su objetivo con la amenaza de un paro indefinido. Pero, 340 000 trabajadores no lo consiguieron y la huelga se prolongó con protestas violentas, sobre todo en la ciudad de Chicago, donde varios obreros y policías perdieron la vida, algunos de ellos al explotar una bomba lanzada por los sindicalistas. Cinco de ellos fueron ahorcados y tres condenados a cadena perpetua, recuerda Jiménez.
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