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El patrón de la nave le despertó, y después de enterarse que Jonás estaba huyendo de Dios, le preguntaron qué hacer.
Jonás era tan obstinado y sentía tanto desprecio por la gente de Nínive que incluso no le importó morir en el mar, pero Dios tenía otros planes. Dios también amaba a Jonás, y esta fue una oportunidad para que él se arrepintiera. Dios escuchó la oración de Jonás y mandó al pez a “vomitarlo” en la orilla (Jonás 2).
Jonás luego fue y predicó en Nínive. Los ciudadanos de Nínive, incluyendo su rey, se arrepintieron, y Dios les perdonó y no destruyó su ciudad (Jonás 3).
En vez de alegrarse del gran resultado positivo de su predicación, Jonás se molestó grandemente.
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