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Respuesta:
En primer lugar, el tema de la defensa de la vida lleva consigo el mensaje de la naturaleza. Nos dice que existe una naturaleza y, en particular, una naturaleza humana. No existen otras razones válidas para exigir el respeto del derecho a la vida y, por el contrario, quien no lo respeta está negando la existencia de una naturaleza humana o la está reduciendo a una serie de fenómenos gobernados por la necesidad. La vida, en cambio, nos conduce de regreso a la naturaleza orientada por un sentido final, como lengua, como clave[3]. Nuestra cultura ha perdido la idea de la finalidad [del sentido final][4]. Empezó a perderla cuando Descartes interpretó al mundo como una máquina y a Dios como aquel que le ha dado la patada inicial. Hoy vivimos en una cultura post-natural, como demuestra ampliamente la perversa ideología de género[5], que es vista como una cultura post-finalidad. El principio de causalidad, que en la filosofía clásica estaba conectado con la finalidad [el sentido final], ha sido abandonado. La realidad ya no expresa más un diseño, sino sólo una secuencia de causas materiales. Es por eso que relanzar una cultura de la defensa de la vida significa también recuperar la cultura de la naturaleza y la cultura de la finalidad.
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