cuento "el disfraz"
transcribi citas del cuento que expliquen
a) que aspectos del "plan" de Enriquetita le causan humilladion a la profesora.
b) por que,pese a ello,no contradice a la niña
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Todo era verdad -lo de la sencillez, lo de la distinción-, pero la profesora no por eso se sentía menos achicada -hasta el extremo de emocionarse- cuando la madre de esa alumna, siempre vestida de terciopelo, siempre adornada con fulgurantes joyas, le dirigía la palabra, le hablaba de música... Porque la marquesa de la Ínsula, que no sabía ni cuáles eran las notas del pentagrama, disertaba a veces con verbosidad, repitiendo lo que oía decir a los entendidos en su platea. Y doña Consolación, sin enterarse de lo que explicaba aquella voz tan suave, a menudo imperiosa en su dulzura, contestaba indistintamente.
-Verdad... Así es... No cabe duda... Tiene razón la señora...
¡Si por culpa de la tardanza perdiese la lección! ¡Si, al verla entrar, la marquesa hiciese un gesto de contrariedad, de desagrado! El corazón fatigado de la profesora armaba un ruido de fuelle que la aturdía... Se detuvo para tomar aliento. Y, en el mismo instante, oyó que la llamaban con acento cordial, afectuoso. Era su discípula.
-¡Doña Consola! ¡Doña Consola! -repetía la niña, en el tono del que tiene que dar una noticia alegre-. Venga usted... ¡Hay novedades!
«Doña Consola» corrió, no sin grave peligro de enganche y caída. La marquesa, llena de cortesía, se había levantado, de lo cual protestó la maestra, exclamando:
-¡Por Dios!
La chiquilla batía palmas.
-¡Mamá, mamá, díselo pronto!...
-Dame tiempo... -contestó risueña la madre-. Doña Consolación, figúrese usted que deseamos... Vamos a ver: ¿no tiene usted muchas ganas de oír Lohengrin?
-Yo...
La profesora se puso amoratada, que es el modo de ruborizarse de los cardíacos.
-Yo... ¡Lohengrin! ¡Ya lo creo, señora! -prorrumpió de súbito, en involuntaria efusión de un alma que hubiese podido ser artista si no fuese de madre de familia obligada a ganar el pan de tres chiquitines-. ¡Ya lo creo! Sólo una vez oí una ópera... ¡y hace tantos años ya! ¡Y Lohengrin! Se dice que lo cantan divinamente...
-¡Oh! ¡Ese Capinera! ¡Y la Stolli! ¡Si es un bordado! Bueno; pues se trata de que esta noche tenemos dos asientos...
El amoratado fue morado oscuro. ¿Estaría soñando? ¿La convidaban al palco? ¿Al palco, con la marquesa?
-Son dos butacas que le han enviado a nuestro jefe -prosiguió la dama-, y yo no sé por dónde lo ha sabido este diablillo de Enriqueta, que además ha averiguado que el jefe no quiere aprovechar esas localidades, ni para sí ni para su hijo; ¡prefieren irse a Apolo!... Y ha sido su discípula de usted quien ha pensado en seguida...
-¡Mil gracias, Enriquetita!... ¡Mil gracias, señora! -balbució la maestra, ya recobrada de su primera emoción-. Agradezco tanta bondad, y disfrutaría mucho oyendo la ópera, que no conozco sino en papeles...; pero ni mi esposo ni yo tenemos ropa..., vamos..., como la que hay que tener para ir a las butacas del Real.
-¡No importa! -gritó Enriqueta, que no renunciaba a su benéfico antojo-. Mamá le da a usted un vestido bonito... ¿No lo dijiste? -añadió, colgándose del cuello de su madre como un diablillo zalamero, habituado a mandar-. ¿No dijiste que aquel vestido que se te quedó antiguo, de seda verde? ¿Y el abrigo de paño, el de color café, que no lo usas? ¿Y ropa de papá, un frac ya antiguo, para el marido de doña Consola?
-Sí, todo eso es verdad -confirmó la marquesa-. Y si doña Consolación no tiene inconveniente...
La profesora no sabía lo que le pasaba. Ignoraba si era pena, si era gozo, lo que oprimía su corazón enfermo y mal regulado. Pero Enriquetita, tenaz, aferrada al capricho bondadoso y a la diversión de la mascarada, insistía.
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