Capítulo 4 “Cielo e Infierno”
La Tierra es un lugar encantador y más o menos plácido. Las cosas cambian, pero
lentamente. Podemos vivir toda una vida y no presenciar personalmente desastres
naturales de violencia superior a una simple tormenta. Y de este modo nos volvemos
relajados, complacientes, tranquilos. Pero en la historia de la naturaleza los hechos
hablan por sí solos. Ha habido mundos devastados. Incluso nosotros, los hombres,
hemos conseguido la dudosa distinción técnica de poder provocar nuestros propios
desastres, tanto intencionados como inadvertidos.
En los paisajes de otros planetas que han conservado las marcas del pasado, hay
pruebas abundantes de grandes catástrofes. Todo depende de la escala temporal.
Un acontecimiento que sería impensable en un centenar de años, puede que sea
inevitable en un centenar de millones de años. Incluso en la Tierra, incluso en nuestro
propio siglo, han ocurrido extraños acontecimientos naturales.
En las primeras horas de la mañana del 30 de junio de 1908, en Siberia Central, se
observó una gigantesca bola de fuego moviéndose rápidamente a través del cielo.
Cuando tocó el horizonte se produjo una enorme explosión que arrasó 2.000 kilómetros
cuadrados de bosque e incendió con una ráfaga de fuego miles de árboles cercanos al
lugar del impacto.
La consiguiente onda de choque atmosférica dio dos veces la vuelta a la Tierra. En los
dos días siguientes, el polvillo presente en la atmósfera era tan abundante que se podía
leer el periódico de noche, en las calles de Londres, a 1 0 000 kilómetros de distancia,
por la luz que este polvillo dispersaba. El gobierno de Rusia, bajo los zares, no podía
molestarse en investigar un incidente tan trivial, el cual después de todo, se había
producido muy lejos, entre los retrasados tunguses de Siberia. Hasta diez años después
de la Revolución no se envió una expedición para examinar el terreno y entrevistar a los
testigos. He aquí algunas de las crónicas que trajeron consigo: A primera hora de la
mañana todo el mundo dormía en la tienda cuando ésta voló por los aires, junto con sus
ocupantes. Al caer de nuevo a Tierra, la familia entera sufrió ligeras magulladuras, pero
Akulina e Iván quedaron realmente inconscientes. Cuando recobraron el conocimiento
oyeron muchísimo ruido y vieron a su alrededor el bosque ardiendo y en gran parte
devastado.
Estaba sentado en el porche de la caseta de la estación comercial de Vanovara a la hora
del desayuno y mirando hacia el Norte. Acababa de levantar el hacha para reparar un
tonel, cuando de pronto el cielo se abrió en dos, y por encima del bosque toda la parte
Norte del cielo pareció que se cubría de fuego. Sentí en ese momento un gran calor
como si se hubiese prendido fuego a mi camisa... quise sacármela y tirarla, pero en ese
momento hubo en el cielo una explosión y se oyó un enorme estruendo. Aquello me
tiró al suelo a unos tres sayenes de distancia del porche y por un momento perdí el
conocimiento. Mi mujer salió corriendo y me metió en la cabaña. Al estruendo le siguió
un ruido como de piedras cayendo del cielo o de escopetas disparando. La Tierra
temblaba, y cuando estaba caído en el suelo me cubrí la cabeza porque temía que las
piedras pudieran golpearme. En aquel momento, cuando el cielo se abrió, sopló del
Norte, por entre las cabañas, un viento caliente como el de un cañón. Dejó señales en
el suelo. Estaba sentado tomando el desayuno al lado de mi arado, cuando oí
explosiones súbitas, como disparos de escopetas. Mi caballo cayó de rodillas. Una
llamarada se elevó por el lado Norte, sobre el bosque... Vi entonces que los abetos del
bosque se inclinaban con el viento y pensé en un huracán. Agarré el arado con las dos
manos para que no volara. El viento era tan fuerte que arrancaba la tierra del suelo, y
luego el huracán levantó sobre el Angara una pared de agua. Lo vi todo con bastante
claridad, porque mi campo estaba en una ladera. El rugido aterrorizó de tal modo a los
caballos que algunos salieron galopando desbocados, arrastrando los arados en
diferentes direcciones, y otros se desplomaron en el suelo. Los carpinteros, tras el
primer y el segundo estallido, se santiguaron estupefactos, y cuando resonó el tercer
estallido cayeron del edificio sobre la madera astillada. Algunos estaban tan aturdidos
e intensamente aterrorizados que tuve que calmarlos y tranquilizarlos. Todos dejamos
el trabajo y nos fuimos hacia el pueblo. Allí, multitudes enteras de habitantes estaban
reunidos en las calles, aterrorizados, hablando del fenómeno.
Yo estaba en el campo; acababa de enganchar un caballo a la grada y empezaba a
sujetar el otro cuando de pronto oí que sonaba como un fuerte disparo por la derecha.
Me volví inmediatamente y vi un objeto llameante alargado volando a través del cielo.
La parte frontal era mucho más ancha que la cola y su color era como de fuego a la luz
del día. Su tamaño era varias veces mayor que el sol pero su brillo mucho más débil, de
modo que se podía mirar sin cubrir
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no entendí
cuál es la pregunta
o el problema?????
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