Realizo, en mi cuaderno, las siguientes actividades.
b. Identifico las formas cómo las personas humillaron a Perico.
Explico por qué lo hacen.
c. Escribo alguna experiencia vivida que se asemeja a la del cuento.
d. Con los datos que me da la lectura describo el medio social en
el que vive Perico; cómo es su familia, su casa, el trabajo de
sus padres, la escuela a la que va, etc.
Cuento: Los Merengues
—¡Quita de acá, muchacho, que molestas a los
clientes!
Y los clientes, que eran hombres gordos con
tirantes o mujeres viejas con bolsas, lo aplas-
taban, lo pisaban y desmantelaban bulliciosa-
mente la tienda.
Él recordaba, sin embargo, algunas escenas
amables. Un señor, al percatarse un día de la
ansiedad de su mirada, le preguntó su nombre,
su edad, si estaba en el colegio, si tenía papá
y por último le obsequió una rosquita. Él hu-
biera preferido un merengue, pero intuía que
en los favores estaba prohibido elegir. También,
un día, la hija del pastelero le regaló un pan de
yema que estaba un poco duro.
—¡Empara! -dijo, aventándolo por encima del
mostrador. Él tuvo que hacer un gran esfuerzo
a pesar de lo cual cayó el pan al suelo y, al
recogerlo, se acordó súbitamente de su perrito,
a quien él tiraba carnes masticadas divirtién-
dose cuando de un salto las emparaba en sus
colmillos.
Pero no era el pan de yema ni los alfajores ni
los piononos lo que le atraía: él sólo amaba
los merengues. A pesar de no haberlos proba-
do nunca, conservaba viva la imagen de varios
chicos que se los llevaban a la boca, como si
fueran copos de nieve, ensuciándose los corba-
tines. Desde aquel día, los merengues consti-
tuían su obsesión.
Cuando llegó a la pastelería, había muchos
clientes ocupando todo el mostrador. Esperó
que se despejara un poco el escenario, pero,
no pudiendo resistir más, comenzó a empujar.
Ahora no sentía vergüenza alguna y el dinero
que empuñaba lo revestía de cierta autoridad
y le daba derecho a codearse con los hombres
de tirantes. Después de mucho esfuerzo, su ca-
beza apareció en primer plano, ante el asombro
del dependiente.
—¿Ya estás aquí? ¡Vamos saliendo de la tienda!
23. Leo el siguiente texto.
LEctuRa
203
Perico, lejos de obedecer, se irguió y con una ex-
presión de triunfo reclamó: ¡veinte soles de me-
rengues! Su voz estridente dominó en el bullicio
de la pastelería y se hizo un silencio curioso. Algu-
nos lo miraban, intrigados, pues era hasta cierto
punto sorprendente ver a un rapaz de esa calaña
comprar tan empalagosa golosina en tamaña pro-
porción. El dependiente no le hizo caso y pronto
el barullo se reinició. Perico quedó algo descon-
certado, pero estimulado por un sentimiento de
poder repitió, en tono imperativo:
—¡Veinte soles de merengues!
El dependiente lo observó esta vez con cierta per-
plejidad, pero continuó despachando a los otros
parroquianos.
—¿No ha oído? —insistió Perico, excitándose—.
¡Quiero veinte soles de merengues!
El empleado se acercó esta vez y lo tiró de la oreja.
—¿Estás bromeando, palomilla?
Perico se agazapó.
—¡A ver, enséñame la plata!
Sin poder disimular su orgullo, echó sobre el
mostrador el puñado de monedas. El dependiente
contó el dinero.
—¿Y quieres que te dé todo esto en merengues?
—Sí —replicó Perico con una convicción que
despertó la risa de algunos circunstantes.
—Buen empacho te vas a dar —comentó alguien.
Perico se volvió. Al notar que era observado con
cierta benevolencia un poco lastimosa, se sin-
tió abochornado. Como el pastelero lo olvidaba,
repitió:
—Deme los merengues —pero esta vez su voz
había perdido vitalidad y Perico comprendió que,
por razones que no alcanzaba a explicarse, estaba
pidiendo casi un favor.
—¿Vas a salir o no? —lo increpó el dependiente.
—Despácheme antes.
—¿Quién te ha encargado que compres esto?
—Mi mamá.
—Debes haber oído mal. ¿Veinte soles? Anda a
preguntarle de nuevo o que te lo escriba en un
papelito.
Perico quedó un momento pensativo. Extendió la
mano hacia el dinero y lo fue retirando lentamen-
te. Pero al ver los merengues a través de la vidrie-
ra, renació su deseo, y ya no exigió, sino que rogó
con una voz quejumbrosa:
—¡Deme, pues, veinte soles de merengues!
Al ver que el dependiente se acercaba airado,
pronto a expulsarlo, repitió conmovedoramente:
—¡Aunque sea diez soles, nada más!
El empleado, entonces, se inclinó por encima del
mostrador y le dio el cocacho acostumbrado, pero
a Perico le pareció que esta vez llevaba una fuer-
za definitiva.
—¡Quita de acá! ¿Estás loco? ¡Anda a hacer bro-
mas a otro lugar!
Perico salió furioso de la pastelería. Con el dinero
apretado entre los dedos y los ojos húmedos, va-
gabundeó por los alrededores.
Pronto llegó a los
Respuestas
Respuesta dada por:
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Juan compró dos manzanas entonces la respuesta debería de ser que se perdieron Una manzana una manzana se perdió Eso espero haberte ayudado
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