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Desde el siglo X de nuestra era, los muiscas ocuparon las planicies del ramal de la cordillera oriental colombiana, zona conocida actualmente como el altiplano cundiboyacence. Al poseer climas fríos y templados, estos territorios fueron aptos para el desarrollo de una agricultura diversificada. Por tanto, un patrón de poblamiento disperso les permitió tener control sobre recursos y dominar tierras de cultivo en distintos pisos térmicos.
Fuera de Ecuador, la microverticalidad agrícola ha sido aplicada para la sociedades del altiplano nariñense, la montaña santandereana, y la Sierra Nevada de Santa Marta. Respecto al territorio que ocuparon los muiscas, Carl Henrik Langebaek presentó en 1987 un análisis de las pautas de asentamiento y el control de nichos ecológicos diversos, en base a estudios de archivo sobre el tema. Los beneficios del control de pisos térmicos para la economía muisca fueron varios.
Primero, un sistema de aprovechamiento del medio que permitió variar la dieta y además hacer frente a las adversidades de la naturaleza, pues, cuando perdían sus cultivos debido a granizadas y heladas en las tierras frías, recurrían a cosechas ubicadas por debajo de estos límites. Entre los productos agrícolas figuraban la piña, la ahuyama, el ají y la yuca. En muchos casos en los que la topografía de las zonas bajas se presentaba como quebrada y fragosa, se desarrolló el aterrazamiento agrícola.
Las tierras altas permitieron el cultivo de productos que no se podían cultivar en las zonas bajas, como una gran variedad de tubérculos; también les permitió el almacenamiento por mucho tiempo de los productos, y un fácil acceso a las fuentes de agua sal que habían en la sabana de Bogotá, particularmente en las poblaciones de Zipaquirá y Nemocón. En los páramos, donde hay altas precipitaciones, frecuente nubosidad y gran humedad, la vida era dura, razón por la que estos fueron ocupados por temporadas con el fin de cultivar tubérculos de altura o hacer cacerías (Langebaek 1987). Las crónicas españolas señalan que los indígenas tenían por preferencia vivir la mayor parte del año en las tierras altas.
Su patrón de poblamiento se caracterizó por la existencia de aldeas estables, con asentamientos menores en diferentes sitios y continuo desplazamiento entre ellos. Este patrón a su vez estaba favorecido por rasgos propios de su dinámica social. Es evidente que la dispersión de las tierras de cultivo, el sistema exogámico y el parentesco matrilineal determinaron una gran movilidad de la población, al existir unidades políticas no constituidas por un solo asentamiento nucleado, sino por varios ubicados a lo largo de los valles. Las investigaciones llevadas a cabo en el alto valle de Tenza (Lleras, 1989) han permitido inferir que la producción agrícola era abundante en los cacicazgos de la región; incluyendo alguna forma de acceso a recursos de climas templados, como el hayo (coca) y el algodón.
Otro factor que determinaba el abastecimiento de productos de otros climas fue la sujeción entre cacicazgos, como es el caso de cacicazgos de los llanos orientales sujetos a otros ubicados en zonas más altas. La circulación de los productos estaba regulada mediante una dinámica de tributo, que aseguraba la centralización de productos en manos de ciertos caciques para su posterior redistribución.