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la época virreinal de la Nueva España dependía de su nivel socioeconómico. En su horizonte vital y personal se vislumbraba uno de dos destinos: el matrimonio o el convento. En cuanto al primero, a veces no había opción de escoger, pues también se estilaba el matrimonio concertado.19 mar. 2020
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La mujer novohispana, vivía en la confusión por un ideal conyugal que no se correspondía con lo cotidiano, sufría el desengaño y la frustración de la infidelidad masculina, padecía el temor constante de perder la seguridad económica y el reconocimiento social del matrimonio, pero sobre todo, no podía expresar libremente su amor.
Por su lado, los hombres de la Nueva España practicaron la poligamia, que era socialmente reconocida y aceptada; de esta manera fue común que formaran una familia legítima y otra ilegítima. En el matrimonio, el hombre consideraba a la esposa como una propiedad. La sociedad otorgaba al marido el derecho a continuar la educación de la mujer iniciada por el padre, así como a supervisar su conducta, sus lecturas, amistades y visitas.
La mujer era educada en el seno familiar para el matrimonio, puesto que representaba la única oportunidad de ser reconocida socialmente a través del nombre y protección del esposo.
Al convento, sólo podían ingresar las españolas y mestizas que contaban con una dote, en tanto que las españolas pobres y mujeres de las castas, desprestigiadas por la pérdida de su virginidad, tuvieron como alternativa para sobrevivir las relaciones de concubinato o de prostitución, en una sociedad en la que los hombres destruían lo que aparentemente defendían y valoraban.
Se creía que el hombre era el dueño legítimo de la mujer y guardián del prestigio de su propia familia; pero representa el enemigo potencial de la honra del resto de las familias.