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Desde 1898, año en el que el mexicano Salvador Toscano Barragán rodó una Pasión de Cristo con los aparatos del cinematógrafo Lumière (una Pasión he dicho, luego el cine, en sus inicios argumentales, recurría a temas similares a los del teatro europeo en los comienzos) aflora entre los hombres preocupados por el espectáculo la inquietud de que las nuevas técnicas influyan decisivamente, y de modo incontrolable, en su trabajo. Pero ya antes de 1898, con la instalación de la luz eléctrica en los locales de espectáculo (por no referirme a la influencia de las sombras chinescas y similares), la relación, incluso la colaboración, del comediante con la imagen proyectada fue objeto de discusiones y ensayos. En algunas salas de variedades, por ejemplo, y antes del invento del cine, se proyectaban vistas tras las cantantes que actuaban.