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II. Educación y libertad
La libertad de cada persona, hecho diferencial en el que se fundamenta la dignidad del hombre y su superioridad sobre los seres que carecen de razón, se impone como el dato previo y fundamental de cualquier programa de educación en la familia y en la escuela.
La dignidad de la persona implica la libertad, pero no como mera posibilidad de optar entre cosas más o menos interesantes, sino como capacidad de decidir por sí mismo lo que se ha de hacer para ser lo que se quiere ser: somos verdaderamente libres cuando nos adueñamos de nuestras propias decisiones, cuando afianzamos nuestra independencia, cuando nuestra voluntad se enfrenta, si es preciso, a la fuerza del ambiente.
La educación es un proceso de ayuda a la adquisición de la madurez personal procurado a través de múltiples estímulos y en situaciones muy diversas, para facilitar a los hijos el libre desarrollo de su capacidad, a través de la adquisición de conocimientos, hábitos y destrezas, virtudes y actitudes, que le faciliten el dominio sobre sus propios actos. La educación.
“responde al intento de estimular a un sujeto para que vaya perfeccionando su capacidad de dirigir su propia vida, o, dicho de otro modo, desarrollar su capacidad de hacer efectiva la libertad personal, participando, con sus características peculiares, en la vida comunitaria”
(ii)
Un proceso, en definitiva, que permite a cada hijo o alumno formular su proyecto personal de vida y le ayuda a fortalecer su voluntad de modo que sea capaz de llevarlo a término, al tiempo que desarrolla su capacidad de amar.
Padres y profesores han de estar prevenidos contra los reduccionismos que empequeñecen la educación, como adoctrinar en vez de enseñar o sólo instruir, en vez de educar. Educar no consiste en meter a presión al alumno o hijo en un molde, sino en un proceso que tiene su punto de referencia en la verdad, que la persona ha de ir descubriendo por sí misma, hasta tomar la decisión de vivir conforme con la verdad hallada.
“Paralelamente a la exaltación de la libertad y, paradójicamente en contraste con ella, la cultura moderna pone radicalmente en duda esta misma libertad. (…) Se trata de tendencias que (…) coinciden en el hecho de debilitar o incluso negar la dependencia de la verdad con respecto a la libertad. (…) la libertad depende fundamentalmente de la verdad. Dependencia que ha sido expresada de manera límpida y autorizada por las palabras de Cristo: Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Jn 8, 32)” (iii).
En efecto, la verdad condiciona y hace posible a un tiempo el ejercicio de la libertad, de modo que quienes intentan liberarse de espaldas a la verdad, encadenan su libertad y empobrecen su propio yo. No son libres quienes están sometidos a sus instintos y carecen del señorío interior para dominar sus impulsos primarios, ni aquellos que se muestran incapaces de superar la parcialidad de su mundo subjetivo de sentimientos y emociones para conocer la realidad tal cual es, independiente a nosotros.
Un objetivo tan personal se resiste necesariamente a cualquier intento de manipulación exterior, o de indoctrinamiento: la educación en libertad respeta el protagonismo del alumno en su propio proceso educativo, y no lo sustituye cuando puede ser el interesado quien -con la información suficiente- seleccione unas metas asequibles y los medios para alcanzarlas. Una persona educada en la libertad es capaz de rechazar las respuestas fáciles, porque su voluntad fortalecida por el ejercicio está en condiciones de superar la frivolidad y de cumplir el propio deber, aunque en alguna ocasión presente perfiles ásperos.
Educar la libertad significa, entre otras cosas:
ayudar a preguntarse a uno mismo qué significa ser libre, y a adquirir conciencia de que la respuesta no es ni evidente ni inalcanzable;
entender que no hay una vida sensata si uno no tiene mínimamente presente esa pregunta y reflexiona sobre las alternativas que se le presentan; y
saber que muchas de esas alternativas serán contrarias a las propias inclinaciones o apetencias, o a las de la época en que uno vive.
La persona educada en la libertad es aquella capaz de rechazar las respuestas fáciles y preferidas, y no porque sea persona obstinada, o por querer ser original, sino porque conoce otras respuestas de más digna consideración, porque busca la verdad y conoce el para qué de la libertad, su finalidad y su sentido, ya que la libertad ni es un valor absoluto, ni tiene razón de ser en sí misma: es un medio, un bien fundamental, que me permite conseguir otros bienes. Por eso, la libertad se justifica por su sentido teleológico, esto es, por su necesaria relación al bien que se pretende conseguir como fin de la acción (iv).
Explicación:
CORONA PORFA XD
Respuesta:
prime
Explicación:
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