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La historia del poder entre las poblaciones de América Latina bien puede reconocerse por los diferentes colores de un arco iris de prejuicios amasados a sangre y fuego. La lucha por el poder se inicia a través de la emancipación de los criollos o descendientes de españoles, a comienzos del siglo XIX. Criollos que a su vez se convirtieron en amos de mestizos, indígenas y negros, embrujados estos últimos por valores imbuidos en la servidumbre que los enajenaba. Andando el tiempo, les tocó a los mestizos emanciparse de los criollos, manteniendo ambos, criollos y mestizos, la dominación sobre los indígenas.
A su vez, en esta pirámide de colores, los de abajo siempre cooperaron para lograr la emancipación de sus próximos amos, luchando y exponiendo la vida en las batallas contra los amos de sus amos. Los indígenas y los mestizos lucharon bajo la dirección de los criollos para emanciparse todos de los españoles, a su vez, los indígenas lucharon bajo la dirección de los mestizos a fin de que ambos se emanciparan de los criollos. Los mestizos provienen de la mezcla de criollos con indígenas o con negros provenientes de las Antillas.
Hasta que viene aclarando el día y ya no queda nadie más abajo, comenzando la verdadera liberación o la emancipación definitiva. En este caso, la emancipación de los indígenas, mestizos y criollos, cada uno emancipándose de quien lo domina, explota y subordina.
Claro está que la lógica, siendo real, no siempre acompaña en el tiempo a la historia que desea encarnar. Muchas veces los momentos incursionan simultáneamente, traslapando etapas, sumergiéndonos y confundiéndonos en un torbellino que sólo a posteriori suele mostrar la identificad de su primigenia lógica.
Para complicar aún más las cosas, agreguemos que el color de la piel no es más que el artefacto epidérmico que encarna la identidad del reconocimiento, el poder cambia de ropaje y se va independizando del color, a medida que avanza el mestizaje. Los valores culturales y sus respectivos privilegios, antaño provenientes del color, hoy, convertidos en creencias y conductas, se independizan del color y garantizan las riendas del poder a través de un orden establecido y sancionado por una jerarquía cultural reconocida. Comienza la fusión de los rasgos, y las ponderaciones cambian de estatus y medidas: blancos criollos, por ejemplo, empobrecidos y sin ningún poder, dando nacimiento al hidalgo (hijo de algo), añoranza senil de ancestros sin valor, ricos mestizos empoderados por las armas y enriquecidos al amparo del gobierno, pero despreciados por criollos de abolengo, o indígenas empoderados en todos los campos, pero con un complejo de culpa que les amarga el corazón. Igualmente, encontramos negros embebidos de complejos de inferioridad, algunas veces disfrazados de complejos de superioridad.
Y es que la emancipación tiene sus reglas, siendo la regla de oro aquella que reina sobre la relación y no sobre uno de sus polos. La emancipación del esclavo es importante, pero es más importante la emancipación del amo, que no solamente se ha emancipado de toda dominación, sino que ha dejado de aspirar y gozar con la servidumbre que yace bajo sus pies
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