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Las invasiones germánicas en la península ibérica (o invasiones bárbaras) surgen en el siglo V, en el contexto de las grandes migraciones (conocidas como invasiones bárbaras) que alteraron la distribución de los pueblos en Europa y precipitaron el final del Imperio romano de Occidente. La península ibérica, en particular, sufrió la ruptura de la organización política y administrativa que el Imperio romano había adoptado, en las distintas provincias en que se dividía administrativamente Hispania. En 411 llegaron varias oleadas de pueblos germánicos, denominados vándalos y suevos, además de los alanos (étnicamente iranios), que habían sido violentamente desposeídos de sus tierras por las invasiones hunas y que, después de esa expulsión, habían vagado por Europa hacia occidente en busca de nuevas tierras donde instalarse. Los alanos eran oriundos de la región del Cáucaso, los vándalos eran de origen escandinavo; los suevos, también germánicos, estaban emparentados con los anglos y los sajones que en ese tiempo se instalaron en Inglaterra.
Distribución de la península entre suevos, vándalos y alanos entre 409 y 429. La autoridad imperial únicamente se ejerce en la provincia Tarraconense, y los visigodos se concentran en la Galia. Amplias zonas de la cordillera Cantábrica quedan fuera de todo control, precisamente donde la presencia de pueblos prerromanos había tenido mayor continuidad (principalmente vascones y cántabros).
Distribución de la península entre suevos y visigodos hacia mediados del siglo VI. Se reflejan los asentamientos bizantinos en el sur y los pueblos prerromanos de la cordillera cantábrica.
Aunque los romanos reconocieron los hechos, llegando a acuerdos para el asentamiento de estos pueblos en distintas zonas de Hispania, los suevos fueron los únicos que alcanzaron una mayor estabilidad y se organizaron políticamente. Según Orosio, presbítero de Braga, «rápidamente cambiaron la espada por el arado y se hicieron amigos». Crearon un reino