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EL LENGUADO
Como todas las tardes, calentaba su cuerpo bajo el sol, la espalda tibia mientras demoraba el momento de darse el último chapuzón en el mar. Se acercaba la hora del lonche. Lo notó por las sombras que bajaban de los cerros y un ligero frío en el estómago que la hizo imaginar los panes recién salidos del horno de la única panadería del balneario. Jugó un rato más con la arena, mirando cómo los granitos se escurrían entre los dedos y caían blandamente. Era el tiempo evocado en el cuaderno de sexto grado. Escuchó entonces la voz de Margarita al otro lado de la playa. Venía corriendo como un potro desbocado.
- Adivina qué –dijo-, mañana me prestan el bote.
- ¡Júrame que es verdad! –exclamó Johanna, entusiasmada.
- Lo juro –enfatizó solemnemente Margarita, y ambas cruzaron las manos tocándose las muñecas. Habían decidido que esa sería la forma de juramentar y asegurar que las promesas se cumplieran.
Ambas rieron a carcajadas y fueron a bañarse en el mar para luego salir corriendo a pedir permiso a las mamás. Toda la semana habían estado planeando el día de pesca y al fin les prestaban el “Delfín”.
- Nos vamos a demorar, porque un remo está roto –advirtió Margarita mientras subían al pueblo.
- No importa –replicó rápidamente ella. Estaba tan contenta que ese detalle no tenía ninguna importancia. Más bien le propuso: Mañana nos levantamos temprano y compramos cosas para comer.