Sobre cual sea el valor especifico del arte literario, y por tanto, que puede obtener o recibir quien
escucha o lee literatura, hay varias teorías que se proponen a nuestro examen.
Afirma una de ella que la literatura nos da una forma del conocimiento, forma diferente de las
que pueden dar la ciencia y la filosofia. Aristóteles nos dice que la historia nos presenta lo que ha pasado,
y la literatura lo que puede pasar, lo que es general y probable, en los aspectos esenciales que el tiempo
no puede alterar. Ante la literatura nos hallamos, pues, ante la eternidad de lo probable.
A esta teoría parece oponerse la que proclama la importancia que en la literatura tiene lo
particular o individual. Un personaje literario bien concebido no es solamente un tipo genérico, es una
personalidad. Hamlet no es la encarnación de la duda, ni Otelo la de los celos: ambos son seres humanos
de gran complejidad, con esa "infinita variedad" que el propio Shakespeare atribuye a su personaje
Cleopatra. La duda que atormentaba a Hamlet es la suya propia, no la que puede haber sentido por un
instante su precursor Orestes; los celos de Otelo son los que caben en su sensibilidad, y verosimilmente,
como lo sugiere Marañón, son más accidentales que esenciales a su naturaleza. No ponen en juego los
mismos resortes psicológicos que, por ejemplo, los del Tetrarca en El mayor monstruo, los celos de
Calderón.
La oposición entre estas dos teorías es más aparente que real. El principio de caracterización en
literatura ha sido siempre la fusión de lo individual con lo típico. Porque el artista literario crea seres
humanos, patrones humanos posibles o imposibles, y en todo patrón humano convergen elementos de
diversos tipos en combinación única. Los personajes en que el autor pretende darnos solamente tipos,
dejan de parecer personas; ya se desdibujan sus contornos vagos, ya se convierten en desfiguraciones
esquemáticas, como sucede en la llamada Comedia de figurón. Por ejemplo, compárese La verdad
sospechosa (Ruiz de Alarcón), con El lindo don Diego (Moreto). D. García, el personaje de Alarcón, es un
tipo mentiroso nato (mitomano); pero es, individualmente, un joven gentil, generoso y simpático, que nos
atrae por su encanto personal; tanto, que casi lo disculpamos y nos explicamos perfectamente como
Lucrecia y Jacinta pueden ambas interesarse en él a pesar de conocer ya su prodigiosa capacidad para
crear, en un instante, verdades convincentes en cambio, el lindo don Diego, prototipo del vanidoso
ridiculo, es un personaje sin mas carácter que su defecto, ya que el autor no ha querido acentuar sino ese
solo rasgo; nos hace reír o burlarnos, como lo hace la caricatura, a la cual pertenece esa técnica; pero no
nos inspira simpatia humana.
Me podrían ayudar a hacerle una síntesis a este fragmento
Respuestas
Respuesta dada por:
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Respuesta:
No entendí
nathalievaldez73:
El fragmento se llama: El arte de leer
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