un resumen del Principito capítulo 23 y 22 hasta el 27
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¡Comprendí entonces lo que él había buscado!
Levanté el balde hasta sus labios y el principito bebió con los ojos cerrados. Había nacido del caminar bajo las estrellas, del canto de la roldana, del esfuerzo de mis brazos.
Respuestas
Aparece un zorro y saluda al principito. El principito le propone que jueguen juntos porque se encuentra muy triste. Después de unos minutos en los que se queda pensativo, el principito le dice al zorro que cree que una flor lo ha domesticado. El principito se angustia, pero el zorro le explica que, a pesar de las lágrimas, habrá ganado el color del trigo, porque cuando vea los campos pensará en su amigo.
El principito no contesta si tiene o no sed, pero dice que el agua puede ser buena para el corazón. A causa del cansancio, el principito se sienta y el narrador sigue su ejemplo. Como el principito está por quedarse dormido, el narrador lo lleva en sus brazos y siente que lo que lleva es en realidad un tesoro. Piensa que lo que más lo conmueve sobre el principito es el modo en que resplandece en él su amor por la rosa, como una lámpara.
El principito tira de la cuerda y ríe porque han despertado al pozo. Al día siguiente, el narrador se acerca al lugar donde dejó al principito. En ese momento, el principito le dice que se alegra de que haya podido reparar el avión, lo que sorprende al narrador porque todavía no se lo ha contado. El principito le explica que él también va a volver a casa esa noche, pero que está lejos y el camino es difícil.
Le dice que cuando mire las estrellas no va a saber cuál de ellas es la del principito, y por eso todas lo van a alegrar
Fue también por el cordero y preocupado por una
profunda duda, cuando el principito me preguntó:
–¿Es verdad que los corderos se comen los arbustos?
–Sí, es cierto.
–¡Ah, qué contesto estoy!
No comprendí qué importancia tenía para él que los
corderos se comieran los arbustos. Pero el principito
añadió:
–Entonces se comen también los Baobabs.
Le hice comprender que los baobabs no son arbustos, sino
árboles tan grandes como iglesias que incluso llevando
todo un rebaño de elefantes, no lograría acabar con un
solo baobab.
Esto del rebaño de elefantes hizo reír mucho al principito.
–Habría que ponerlos unos sobre otros…
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Y luego añadió juiciosamente:
–Los baobabs comienzan por ser muy pequeñitos.
–Es cierto. Pero… ¿por qué quieres que tus corderos se
coman a los baobabs?
me contestó: "¡Vamos!" como si fuera algo evidente.
me fue necesario un gran esfuerzo para comprender el
problema:
En el planeta del principito había, como en todos los
planetas, hierbas buenas y hierbas malas y, por lo tanto,
semillas de unas y otras. De las buenas semillas salían
buenas hierbas y de las semillas malas, malas hierbas. Las
semillas duermen en el secreto de la tierra durante un
tiempo, hasta que, un buen día, una de ellas despierta en
una encantadora ramita que mira hacia el sol. Si se trata de
una ramita de rábano o de rosal, se puede dejar que crezca
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como quiera; en cambio, si fuera una mala hierba, es
preciso arrancarla inmediatamente. El suelo del planeta
del principito estaba infestado de semillas de baobabs que
si no se arrancan acabando de surgir y en cuanto se les
reconoce, pueden cubrir todo el planeta, perforarlo con
sus raíces y, si el planeta es muy pequeño y los baobabs
son muchos, lo hacen estallar.
"Es una cuestión de disciplina”, me dijo más tarde el
principito. “Después de que uno termina su baño matinal,
hay también que limpiar la casa, es decir, acicalar
cuidadosamente al planeta. Hay que arrancar los baobabs
en cuanto se les distingue de los rosales pues se parecen
mucho cuando son pequeñitos. Es fácil aunque
fastidioso”.
El principito aconsejó que me propusiera a realizar un
hermoso dibujo para que los niños de mi tierra
comprendieran bien estas ideas.
"Si alguna vez viajan —me decía— esto podrá servirles
mucho. A veces no hay inconveniente en dejar para un
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poco más tarde el trabajo; pero tratándose de baobabs, el
retraso es siempre fatal. Yo he conocido un planeta,
habitado por un perezoso que descuidó tres arbustos…"
Siguiendo las indicaciones del principito, realicé el dibujo.
No me gusta adoptar el papel de moralista pero como el
peligro de los baobabs es tan desconocido y el riesgo que
puede correr quien llegue a perderse en un asteroide es
tan grande, no dudo en hacer una excepción y exclamar:
"¡Niños, atención a los baobabs!" Y, sólo con el fin de
advertir a mis amigos de los peligros a los que se exponen
desde hace tiempo sin saberlo, es por lo que trabajé con
ahínco en este dibujo. La lección que con él se puede dar,
vale la pena.
Es muy posible que alguien se pregunte por qué no realicé
otros dibujos tan admirables como el de los baobabs. La
respuesta es muy sencilla: cuando dibujé los baobabs
estaba animado por un sentimiento de urgencia.
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VI
¡Ah, mi pequeño amigo, cómo he ido comprendiendo
lentamente tu vida melancólica! Durante mucho tiempo tu
única distracción fue observar la dulzura de los
atardeceres. Esto lo supe al cuarto día cuando me dijiste:
–me gustan mucho las puestas de sol. Vamos a ver una.
–Hay que esperar…
–¿Esperar qué?
–Que el sol se ponga.
Primero te sorprendiste; después te reíste de ti mismo. Y
dijiste:
–¡Siempre creo que estoy en mi tierra!