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Medusa era una Gorgona, un ser monstruoso que tenía el cuerpo cubierto de escamas, la cara toda arrugada y en el pelo, en lugar de tirabuzones, tenía serpientes enroscadas que jugueteaban en su cabeza. A Medusa no se la podía mirar a la cara, pero no porque fuera horrorosa, sino porque en cuanto la mirabas te convertía en piedra. Así que todo el mundo tenía miedo de ella.
Todo el mundo menos Perseo, que para eso era un héroe griego. Así que un buen día decidió acabar con Medusa y liberar al mundo de convertirse en estatuas de piedra. Pero el asunto no era fácil y Perseo tuvo que pedir ayuda. Fueron los dioses griegos quienes ayudaron a Perseo haciéndole algunos regalos que necesitaría para vencer a Medusa.
Atenea le dio un escudo que era a la vez un espejo, Zeus le dio una hoz con un filo muy cortante, Hermes le prestó sus sandalias aladas y Hades le dejó su casco que le hacía invisible. Armado con todos estos regalos, Perseo se fue al encuentro de la Gorgona. Y allí se encontró a Medusa, paseando divertida mientras convertía en estatuas de piedra a todo aquel que se encontraba por el camino.
Cuando Medusa se sentó a descansar, Perseo empezó su maniobra. No podía mirarla a los ojos porque se convertiría en piedra, así que utilizó el escudo espejo para controlar los movimientos de medusa. En cuanto la vio sentada y descansando, Perseo se puso su casco que le hacía invisible, se colocó sus sandalias de alas y salió volando con la hoz en la mano listo para cortarle la cabeza a Medusa.
Fue todo un éxito, porque Perseo logró cortarle la cabeza a Medusa y guardarla en una bolsa opaca para que no pudiera petrificar a nadie más. Además, de la sangre de Medusa nació el famoso caballo Pegaso, un caballo que volaba y que Perseo utilizó para llegar a casa cuantos antes.