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La Isla de las Muñecas – Alcaldía Xochimilco
En cuanto a leyendas de la CDMX, Xochimilco cuenta con una de las principales y más intrigantes: la historia de la Isla de las Muñecas.
Cuenta la leyenda que hace algunos años una pequeña niña que visitaba la zona con su familia se alejó del grupo y se perdió.
Tras algunas semanas de búsqueda, un hombre que se dedicaba a cuidar una pequeña isla en el centro del lago, se encontraba realizando sus labores diarias cuando encontró flotando el pequeño cuerpo de la menor. A su lado, se encontraba una muñeca de plástico.
A partir de ese día, Don Julián Santana, cuidador de la isla, comenzó a sentir una presencia que lo perseguía por las noches y, en ocasiones, podía escuchar gritos y lamentos provenientes de las aguas del lago. Debido a esto, y como protección, el hombre comenzó a coleccionar muñecas de todo tipo, así como algunos juguetes, y los colocó a lo largo de la isla como ofrenda para el alma de la pequeña.
Debido al paso del tiempo y las condiciones climatológicas, muchas muñecas han perdido su color y han tomado un aspecto aterrorizante; situación que atrae año con año a muchos turistas que desean presenciar esta leyenda de primera mano.
Julián Santana Barrera
Había nacido un 22 de octubre de 1921 en la Asunción, uno de los barrios más antiguos de Xochimilco, en el número nueve del callejón de Tlaxcalpan. Julián comenzó pronto a cultivar la tierra y a vender hortalizas en el tianguis del centro, mismas que transportaba en una carretilla.
Con el tiempo se hizo bebedor; acudía a la pulquería Los cuates ubicada en la plazuela de La Asunción. No era de los que hablaba mucho con las personas, pero en dicho local hizo una duradera amistad con Sebastián Flores Farfán, hijo del jicarero, a quien en el barrio se le conocía como La coquita, un pájaro muy pequeño que vive en la zona chinampera.
A medida que la venta de sus verduras vino a menos, se le comenzó a ver en las calles del barrio de la Asunción pidiendo limosna, al tiempo que rezaba en voz alta y pregonaba la palabra de Dios. Por esto último, fue agredido en repetidas ocasiones por la población. Su marginación fue creciendo poco a poco, la gente se quejaba de que anduviera pidiendo por las calles y en las tiendas, y él se quejaba a su vez, de la gente.
Refiere Ander Aspiri, que sin dar explicaciones a nadie, comenzó a buscar en la basura muñecas viejas de plástico, de goma, de trapo, enteras o mutiladas… pues a don Julián todas le servían. En 1975, decidió dejar La Asunción e irse a vivir a su chinampa. Su sobrino Anastasio Santana, quien estuvo siempre a su lado, cuenta que su tío un día le dijo: "me voy a mi chinampa, ya estoy molestando en las casas comerciales pidiendo un pesito para mi pulque, para sufrir aquí mejor sufro allí."
Subió a su chalupa sin más equipaje que sus muñecas y se marchó. Hasta el día en que murió, don Julián no tuvo más vecinos que chachalacas, patos silvestres, garzas y carpas. Su sobrino era el encargado de llevarle comida y de vender sus hortalizas en el mercado. Cuando le preguntaban por qué colgaba todas esas muñecas en los árboles, el respondía que aparecían de repente, pero entre un pulque y otro confesó que las colgaba porque ahuyentaba a los malos espíritus que rondaban los canales.
Mas tarde, refiere el actual coordinador de Programación del Centro Cultural de España en México, con el rescate ecológico de Xochimilco, en 1991, fue controlada la plaga de lirio acuático y se despejó la circulación por los canales. Fue entonces que a la Isla de las Muñecas empezaron a llegar turistas, con quienes don Julián intercambiaba plantas o chilacayotes por unas monedas.
El día que murió, su sobrino Anastasio lo había ayudado a sacar agua-lodo de los canales para preparar la tierra y sembrar calabazas. A las diez de la mañana almorzaron y don Julián se puso a pescar. Parece ser que había un pez que le estaba dando trabajo, se le había escapado ya en dos ocasiones, pero esta vez logró pescarlo y se lo enseñó a Anastasio. Era un pez de por lo menos cuatro kilos.
Don Julián le comentó a su sobrino que ese día las sirenas lo habían estado llamando porque se lo querían llevar, así que cantaría porque otras veces había logrado evitarlas cantando. Anastasio se retiró a darle de comer a las vacas y cuando regresó a eso de las once, encontró el cuerpo sin vida de su tío flotando en el agua. "No lo meneé porque dicen que eso es malo; lo arrinconé con una ramita y fui a dar parte a la familia y a los bomberos."
Añade que la presentación del conjunto de muñecas, esa suciedad escenográfica, no hace sino acrecentar el valor de los objetos como entes protectores. También están (en ocasiones) los perros, indicando la vocación de fracaso en la relación humana que pudiera ocurrir en la isla.