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Este (el asesinato) era uno de los pilares sobre el que se basaba la leyenda o maldición de este faraón, aún así existen razones para pensar que tal cúmulo de muertes no se deben tan solo a una coincidencia.
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Tutankamón era un joven faraón egipcio de la XVIII Dinastía. Llegada la hora de su muerte fue enterrado según sus costumbres, en una tumba rodeado de sus más preciados tesoros y gran cantidad de alimento del que dispondría en su otra vida. Pero según nos cuenta la historia, jamás Tutankamón disfrutó de las apetitosas viandas ni lució las joyas ocultas en su tumba. En noviembre de 1922, Howard Carter halló, en el Valle de Los Reyes, la momia del joven faraón y sus tesoros intactos.
Es esta fecha el inicio de la famosa maldición que llevaría la tragedia a la expedición inglesa. Unos días después del hallazgo, Carnarvon, el promotor de la expedición, murió de neumonía, su perro que se encontraba en Inglaterra, también murió.
La leyenda estaba servida. Los problemas y las dificultades se cebaron con el resto de la expedición que una vez sin promotor, perdió los nervios por completo. A causa de esto, de la pésima actuación de la diplomacia inglesa y del creciente nacionalismo egipcio, tras un sin fin de angustiosos avatares burocráticos y penosas batallas legales, el gobierno del Cairo terminó con confiscar la tumba de Tutankamón. La expedición que en principio había cosechado un brillantísimo éxito, se sumió en la más profunda tristeza a causa de su fracaso y de la muerte del conde Carnarvon.
Fue la novelista gótica Marie Corelli, la que aderezó la historia de la maldición. En aquel tiempo afirmó poseer un primitivo texto árabe que mencionaba las maldiciones que seguirían a la apertura de la tumba, afirmación que se convirtió en la base popular de la maldición de Tutankamón. La prensa disfrutó de lo lindo gracias a estas declaraciones.
Todos los periódicos se lanzaron a publicar un sin fin de artículos que ilustraban la perversa maldición de la que eran objeto los componentes de la fallida expedición.
Sir Arthur Conan Doy le, el padre de Holmes, detective muy famoso en la época, añadió más leña al fuego, declarándose abiertamente creyente en la maldición. El ejiptólogo Arthur Wiegall le puso la guinda al pastel, publicando Tutankamón y otros ensayos, en donde refrendaba la teoría de la maldición.
La creencia en la maldición que rodea a las momias de Egipto surgió por el respeto que sentían los árabes por la magia egipcia desde que se asentaron en el país, alrededor del siglo VII d.C. Sus interpretaciones se centraron en el acecho de los vivos por los muertos, y desde sus primeros textos advierten de la resurrección de las momias gracias a la magia, basándose en las ilustraciones de las tumbas egipcias.
Desde la muerte del conde Carnarvon, han aparecido en la prensa noticias alarmistas relacionadas con la maldición de la tumba de Tutankamón, e incluso se llegó a decir que el vuelo que transportó sus tesoros para una exposición en Inglaterra con motivo de su 50 aniversario tuvo un destino fatal.
Sin embargo a alguien se le olvidó comentar que Howard Carter, el descubridor de la tumba no murió hasta 1939. ¿Porqué destruir una maldición tan encantadora?