• Asignatura: Castellano
  • Autor: sharikurbano00
  • hace 3 años

SOLO ES PARA TOMAR ALGUNAS IDEAS Y HACER MI RELATO PLISS

realizar un relato sobre su vida desde la
pandemia.

Respuestas

Respuesta dada por: juanservinx220
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Respuesta:

Aquel domingo él decidió salir con su hija Cleo, de cinco años, a estirar las piernas. Pocos días atrás, el Gobierno había decretado el permiso para que los padres y sus hijos pequeños pudieran salir de casa a dar un paseo de una hora como máximo. Era temprano, las calles del barrio estaban desiertas y en ellas se había posado la niebla. Tras salir del portal, Cleo y él enfilaron la larga avenida y se dirigieron hacia los contenedores que había junto a la estación de Cercanías. Él llevaba una bolsa de basura con algunos bártulos que, después del largo confinamiento causado por la pandemia, había juzgado inservibles; entre ellos, cuatro casetes de María Dolores Pradera que le regaló su padre, el abuelo de Cleo, quien había fallecido hacía unos días. Vivía en una residencia de mayores de la zona Sur y al entierro acudieron solamente sus dos hermanas, con las que él no hablaba desde la merienda del último día de Reyes, que fue sin duda un encuentro tenso. El hecho de no haber visto el cuerpo de su padre le hacía pensar que tal vez se tratara de una confusión y que, en realidad, no había muerto. Y mientras él revolvía estos pensamientos, su hija tarareaba algo en voz alta, agarrada de su mano. Una vez llegaron a los contenedores, él empezó a vaciar el contenido de la bolsa hasta que, en el momento en que iba a tirar la primera casete, una voz lo detuvo:

—¿No las quiere?—se dio la vuelta y vio a un hombre de su estatura, con una mascarilla blanca que le cubría gran parte del rostro—. ¿Le importa que me las quede?—él se encogió de hombros y le ofreció las cuatro casetes, que el hombre metió enseguida en los bolsillos de su gabardina—. ¿De qué veníais hablando entre los dos?—Tal familiaridad le desconcertó, y no supo que responder; así que tiró de la mano de Cleo para que siguieran andando.

Al cabo de unos metros, él se percató de que el hombre de la gabardina les seguía a poca distancia. Aminoró el paso y su hija le miró. El hombre se acercó, y les dijo:

—¿No tendréis algo para desayunar? Veréis, yo no...

—Quédate con nosotros—le interrumpió Cleo, con su voz chillona. Segundos después, él le hizo un gesto con la cabeza para que los acompañara. Y comenzando por el mes de marzo, aquel hombre les contó la historia de un extraño viaje que había hecho subido a una cama, a un lugar que, decía, escapaba a todo intento de describirlo. Cuando alcanzaron el portal de su casa, él le hizo otro gesto al hombre para que esperase allí. Subió a casa con Cleo, y en un santiamén prepararon entre los dos un termo de café con leche y un táper con tres cruasanes secos del jueves anterior. Volvieron a bajar y se sentaron los tres en los escalones entre la calle y el portal. Y cuando estaban sentados en los escalones el hombre tomó uno de los cruasanes, lo partió y se lo ofreció. Al poco tiempo, acabaron de desayunar, se despidieron y él regresó con Cleo a casa.

Ese mismo día, a la hora de comer, Cleo empezó a tararear algo mientras enrollaba los espaguetis en el tenedor.

—¿Qué cantas, Cleo?—él se dio cuenta de que tarareaba «El tiempo que te quede libre», la misma tonadilla que había tarareado el hombre de la gabardina cuando se alejaba de ellos con una sonrisa. Y al instante se levantó, con el corazón acelerado, y se quedó muy quieto mientras Cleo le miraba

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