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EL TOMATE GIGANTE
Había en una región lejana un hombre muy rico que tenía dos hijos. El mayor se llamaba Aristóbulo y el menor Patricio. Aristóbulo, además de grande y gordo era tacaño y tenido. Por el contrario, Patricio era desprendido y servicial con todo aquel que le solicitara un favor. Un día su padre, que era ya muy anciano, los reunió y les dijo:
—Hijos míos, como sé que muy pronto voy a morir, les diré mi testamento: a Aristóbulo le dejaré mis tierras, joyas, casas y demás bienes. A Patricio, esta semilla de tomate.
A los pocos meses el viejo murió y cada uno de los hijos se hizo cargo de sus respectivas propiedades. Aristóbulo con sus tierras y riquezas y Patricio con su semilla de tomate. Como el menor no sabía qué hacer con la semilla, le pidió a su hermano que se la dejara sembrar en un rinconcito de su finca. La semilla fue creciendo, creciendo, hasta que se convirtió en un tomate gigantesco, tan gigantesco que no cabía en las manos.
—¿Qué puedo hacer con este tomate tan grande? —Se preguntó Patricio. —¡Ya sé! Se lo regalaré al alcalde, él sí sabrá qué hacer con el — resolvió muy entusiasmado Patricio.
__De inmediato lo sacó de la tierra, lo puso con mucha dificultad sobre una vieja carretilla y lo llevó donde el alcalde.
—Señor alcalde, aquí le traigo este regalo, espero que le guste mucho.
— El alcalde, asombrado de ver tan gigantesco y hermoso tomate y sorprendido aún más por el obsequio, en presencia de sus consejeros exclamó:
—Quiero mostrarles este hermoso regalo, el cual no tengo con que pagar. — Y luego dirigiéndose al muchacho: — Solamente te puedo obsequiar tierras, casas y en pago a tan hermoso gesto de desprendimiento y humildad, te concedo a mi hija, porque sé que podrás ser un gran hombre y un buen esposo.
Patricio, contento por los regalos del alcalde, corrió a contar la buena nueva a su hermano mayor; pero éste al escuchar de tanta riqueza y llevado por la codicia y el egoísmo, cogió todas sus pertenencias y escrituras y se las llevó al alcalde. Aristóbulo, que creía ser muy astuto, pensó que si a su hermano le habían dado tantas cosas por un simple tomate, cuántas no le darían a él si regalaba todas sus riquezas.
—¡Señores consejeros! —exclamó entusiasmado el alcalde. —Miren este caso de desprendimiento y humildad tan ejemplarizante: el joven me ha traído a regalar todas sus pertenencias. Ante una muestra como ésta no puedo más que pagar con otra mayor.
Aristóbulo pensó en las muchas y mejores riquezas que tendría ahora. Incluso pensó que el alcalde le ofrecería a su hija porque él era más digno de ella que su hermano.
—Y como no tengo tesoros para compensar tu humildad, te regalo lo que más quiero...
Y el alcalde dirigió al joven hacia la vieja carreta y le regaló el tomate.
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PROTAGONISTA Patricio
ANTAGONISTA Aristóbulo
SECUNDARIOS el padre, el alcalde
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