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Cuentan que renegado de su condición de granjero suplicó por lujos y riquezas, apareciendo ante él la contradicción del bien, satanás, quien sin vacilar cumplió el deseo, pero como el diablo no es el mago de hoz, antes impuso al hombre a darle algo a cambio, su alma y el pacto se “suscribió”. El pacto consistía que el diablo daría el oro pero pasado un tiempo, éste vendría y se llevaría al hombre en cuerpo y alma.
De modo que, todos los días a las 12 de la medianoche o 1 de la mañana, los pobladores absorbidos por el miedo se guardaban en sus casas bajo cerraduras y llaves, pues decían que se escuchaba un ruido estremecedor, un tropel de caballos, los perros ladraban y aullaban como si se tratase de un alma en pena, era José Ignacio Chopitea, el que fuera granjero y ahora convertido en un acaudalado hacendado. José Ignacio pasaba en su carreta tirada por sus caballos directo al cerro Santo Domingo, lugar de donde extraía el oro para luego montarlo a su carreta. A parecer José Ignacio utilizaba algunas palabras mágicas para ingresar al interior del cerro, pero se desconoce.
Sin embargo, lo que sí se conoce es la versión de un poblador que precisamente sería el desenlace que delataría su pacto con satanás. Se dice que en una de sus idas insólitas, José Ignacio Chopitea fue visto en su carreta con las ruedas en llamas, él brillaba y de vez en cuando se elevaba junto a la carreta, el poblador que todo había presenciado se quedó estupefacto y casi tartajoso.
El tiempo pasó y llegó el momento de cobrar. José Ignacio irrumpió en el cerro en el acostumbrado silencio de la noche e inmediatamente este se cerró, quedando atrapado. Desde entonces nadie volvió a verlo, ni menos durante el velatorio. A decir de los pobladores, cuentan que su familia inventó el drama de su muerte; otros aseguran que encontraron el cuerpo y procedieron a velarlo y como esta historia data desde hace más de un siglo, la gente de entonces se alumbraba con velas, las mismas que aquel funesto día acompañaban el cuerpo sin vida de Chopitea y que de pronto cayeron desvaídas. Ante el hecho fortuito se repuso la luz pero el difunto ya no estaba, la familia para no causar alarma en la población, atesto el cajón con piedras, disimulando una digna sepultura.
Nadielocontó
José Ignacio Chopitea nació en 1858, hijo de don Manuel Antonio Chopitea Villalobos y doña Dolores Luna Victoria. Al morir su padre en 1888, tomó posesión de extensas áreas de tierra convirtiéndose en uno de los hacendados más importantes de Laredo, hecho que atribuyen a su “pacto con el diablo”. Su muerte fue un misterio, nadie sabe si realmente falleció. Sin embargo fue sepultado en el Cementerio de Miraflores, que al parecer sería para disimular su desaparición. Después se comprobó que el ataúd nunca albergó los restos de José Ignacio sino sólo piedras.
En la actualidad se aprecia la lápida asegurada con cadenas, que según otra versión, Chopitea ordenó colocar para que el diablo no se lo llevara.
El Colegio José Ignacio Chopitea se fundó en honor al dueño de esas tierras. A partir de entonces alumnos y sobretodo guardianes han desembozado historias que han pasado a formar parte del legado mitológico y legendario de la ciudad de Laredo.
EL CERRO SANTO DOMINGO
La historia de los huaqueros es tan vieja como el descubrimiento de América. Se cuenta que después de la desaparición de José Ignacio Chopitea, se encontró su carreta incrustada en el cerro Santo Domingo, los caballos nunca se hallaron.
A partir de la misteriosa desaparición se cuenta que muchos huaqueros y aventureros han intentado sin éxito desafiar al cerro Santo Domingo.