Respuestas
Respuesta:
“Una visita a la ciudad de Cortázar” por Miguel Ángel Perrura
Después de leer tanto a Cortázar, Buenos Aires se hace conocida. O al menos una especie de Buenos Aires: afrancesada, de cafés, de librerías y pasajes, con toda la magia que este autor argentino le imprimió desde el exilio.
Y es que Cortázar optó por la nacionalidad francesa en 1981, como una protesta por la dictadura militar que asolaba a su país, del que había partido, enemistado con el peronismo, décadas antes. Podría decirse que, despojado de la presencia real de su ciudad, el autor de Rayuela procedió justamente a crearse su propia ciudad, a partir del recuerdo, la añoranza y las lecturas. A ello se debe que sus personajes nunca hablaran como la Buenos Aires contemporánea, a la que volvió en 1983 cuando volvió la democracia, sino como aquella remota Buenos Aires que había dejado atrás cuando joven.
Para un lector de Cortázar como yo, español de nacimiento, Buenos Aires tenía esa aura mágica y paradójica de la vida real. No es así, desde luego, o no exactamente así. La capital argentina es, ciertamente, una ciudad encantadora, de cafés y pasajes, de librerías y marquesinas.
Lo comprobé cuando la pisé por primera vez en 2016. Iba en unas brevísimas vacaciones, por apenas tres días, pero tenía una misión secreta en mi interior: reconstruir la ciudad de Cortázar a medida que la caminara. Quise pisar los mismos lugares que el cronopio, quise tomar los mismos cafés que él tomara y mirar con sus ojos la calle, guiándome por su obra maravillosa. Pero claro, no todo sale como uno se lo esperaría.
El tránsito entre el aeropuerto y la ciudad fue sombrío, a medianoche, a pesar de las luces por doquier. Desde el avión había visto la ciudad como un retablo de luz, una cuadrícula encendida que irrumpía en la negrura vasta pampeana. Podría haberme dormido durante la mayor parte de trayecto, víctima del jet lag, de no ser porque corría el riesgo de despertar, como el protagonista de “La noche boca arriba” en algún otro lugar, y perderme mi llegada a la capital suramericana.
Bajé del taxi a las dos de la mañana. El hotel, ubicado en Callao y Santa Fe, lucía tranquilo pero concurrido, como si nadie se enterase a pesar de la hora de que debía dormir. Una ciudad alucinada, insomne, muy cónsona con la obra corta zariana, pródiga en desvelos. La arquitectura a mi alrededor parecía arrancada de la Europa que había dejado en casa unas doce horas atrás. Entré al hotel y me dispuse a dormir
Espero que te sirva
Explicación: