• Asignatura: Historia
  • Autor: jeiriv2020
  • hace 3 años

Hoy día el ideal de la unidad humana está abriéndose camino más o menos vagamente hacia el frente de nuestras
consciencias. El surgimiento de un ideal en el pensamiento humano es siempre el signo de una intención de la Naturaleza,
pero no siempre de una intención de culminarlo: a veces indica sólo un intento que está predestinado a un fracaso
temporal.Y aquí nos percatamos, primero, de que son las agrupaciones de pequeñas naciones las que han tenido la vida
más intensa y no los Estados enormes y los imperios colosales. La vida colectiva, al difundirse en espacios demasiado
vastos, parece perder intensidad y productividad. Europa ha vivido en Inglaterra, Francia, los Países Bajos, España, Italia,
los pequeños Estados Germanos; toda su civilización y progreso posteriores se desarrollaron allí, no en la masa inmensa
del Imperio Sacro Romano o del Imperio Ruso. Observamos un fenómeno similar en el terreno social y político cuando
comparamos la vida y la actividad intensas de Europa -sus numerosas naciones actuando fértilmente unas sobre otras,
progresando rápidamente a pasos veloces, creativos, a veces a saltos- con las grandes masas de Asia, sus largos periodos
de inmovilidad en los que las guerras y revoluciones parecen episodios pequeños, ocasionales y habitualmente estériles,
sus siglos de somnolencia religiosa, filosófica y artística, su tendencia a un creciente aislamiento y a un estancamiento final
de la vida exterior.
En segundo lugar, notamos que, en esta organización de naciones y reinos, aquellos que han tenido la vida más vigorosa
la han logrado gracias a una concentración artificial de la vitalidad en alguna gran ciudad, centro o capital, como Londres,
París, Roma. Por medio de este mecanismo la Naturaleza, mientras consigue las ventajas de una organización más amplia
y una unidad más perfecta, preserva hasta cierto punto ese poder, igualmente precioso, de fructífera concentración en un
pequeño espacio y en una actividad íntimamente condensada, que había poseído ya en su más primitivo sistema de ciudad- estado o pequeño reino. Pero esta ventaja se logra a costa de la condena del resto de la organización -el distrito, la villa
provincial, la aldea- a una vida obscura, pobre y soñolienta en extraño contraste con la intensidad vital de la metrópoli. El
Imperio Romano es el ejemplo histórico de la organización de una unidad que trasciende los límites de la nación, y sus ventajas y desventajas están en él perfectamente tipificadas. Las ventajas son una admirable organización, la paz, una
extensa seguridad, el orden y el bienestar material; la desventaja es que el individuo, la ciudad, la región sacrifican su vida
independiente y se convierten en las partes mecánicas de una máquina: la vida pierde su color, su riqueza, su variedad,
su libertad y su victorioso impulso creador. La organización es grande y admirable, pero el individuo mengua, es superado
y eclipsado y, finalmente, a causa de la pequeñez y debilidad de lo individual, el enorme organismo, de modo lento e
inevitable, pierde incluso su gran vitalidad de conservación y muere a causa de un creciente estancamiento.
Aunque exteriormente íntegra, la estructura se ha podrido y empieza a resquebrajarse y disolverse al primer choque desde
afuera. Tales organizaciones y periodos son inmensamente útiles para la conservación, así como el Imperio Romano sirvió
para consolidar los beneficios de los siglos de riqueza que le precedieron. Pero detienen la vida y el crecimiento. Nos
damos cuenta, así, de lo que podría ocurrir si se diese una unificación social, administrativa y política de la humanidad tal
como algunos han empezado a soñar hoy en día.
Se requeriría una tremenda organización bajo la cual tanto la vida individual como la regional se verían oprimidas,
reducidas, privadas de su necesaria libertad, como una planta sin lluvia ni viento ni luz del sol, y esto significaría para la
humanidad -después, quizás, de un primer brote de satisfecha y alegre actividad- un largo periodo de mera conservación,
estancamiento creciente y, por fin, declive. Sin embargo, la unidad humana es evidentemente una parte del esquema final
de la Naturaleza y debe tener lugar. Pero debe producirse en otras condiciones, con garantías que protejan a la raza y
mantengan las raíces de su vitalidad intacta y ricamente variada en su unidad.

Respuestas

Respuesta dada por: yamilethhernandez270
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no quieres jugar free conmigo

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