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Este es un momento excepcional. La dinámica social causada por el Covid-19 afecta de manera consistente a todos los sectores de la población. Pero no sólo se trata de lo que sucede hoy: las consecuencias negativas a futuro, aunque no son claras, son certeras.
Actuar de manera inteligente exige tener una visión lo más clara posible. Pero analizar fríamente lo que sucede se vuelve dificultoso, tanto por la profusión de datos dudosos como por el pánico colectivo. Recuérdese que la palabra paranoia alude a aquello que está al margen (para) de la inteligencia (nous). Estos dos factores, pánico y desinformación, se retroalimentan: la falta de información genera miedo y acciones irracionales, y el caos subsecuente es fértil para la mala información.
Sintetizar los debates filosóficos sobre el coronavirus no va a crear nuevos medicamentos o vacunas, pero puede aportar una perspectiva más global y ayudar a prevenir errores ya cometidos.
El error de Agamben
Un foco de debate ha sido el artículo “La invención de una epidemia”, de Giorgio Agamben. El filósofo italiano se pregunta por qué los medios de comunicación y las autoridades políticas difunden el pánico y reaccionan en forma “desproporcionada” al peligro que presenta la “supuesta epidemia del coronavirus”. En febrero, cuando Agamben escribió el artículo, no parecía lógico paralizar un país por algo apenas diferente de una gripe común.
Este razonamiento fue refutado por Jean-Luc Nancy. Sin considerar el nivel de contagio y el colapso de los sistemas de salud, el filósofo francés hacía notar que la existencia de vacunas para la gripe común y la mayor tasa de mortalidad del coronavirus no son diferencias pequeñas. Pasados los días, la comprobación del error de Agamben parece ser empírica. Podemos incluso cuestionar –con el diario del lunes– si es ético que una persona tan influyente haga afirmaciones que pueden desacreditar las recomendaciones de los profesionales de la salud.
Estado de excepción y gobiernos nacionales
Según Sergio Benvenuto, Agamben sugiere una “interpretación paranoica de la historia”: las “razones de salud y seguridad pública” permiten a los gobiernos operar en estados de excepción, aumentando la militarización y limitando libertades.
En ese sentido, el filósofo noruego Henrik Syse analiza en qué medida la situación puede compararse con la guerra. Al igual que en la guerra, el evento afecta a toda la comunidad, produce limitaciones, incertidumbre; los dilemas éticos proliferan. Sin embargo, Syse enfatiza categóricamente la diferencia: este fenómeno es natural y “no nos ha sido impuesto por ideólogos y líderes fanáticos o hambrientos de poder”. En ese contexto, llama a los miembros de las naciones más privilegiadas a colaborar con quienes deben enfrentar esta crisis sin “los beneficios y las fortalezas de la paz”.
Nancy no niega que hay un estado de “excepción viral”, pero opina que es una distracción culpar a los gobiernos: la pandemia “pone en duda toda una civilización”, pero “los gobiernos no son más que tristes ejecutores”. La crisis sólo se entiende analizando el avance de la técnica humana y su interconexión global. Similarmente, para Slavoj Žižek “el catastrófico impacto socioeconómico” del virus “se debe a nuestro desarrollo tecnológico”.
Más allá de los estados nacionales
Para el sociólogo Edgar Morin, la crisis del coronavirus muestra la total interdependencia compleja de la que somos parte, la “intersolidaridad de la salud, lo económico, lo social y todo lo humano y planetario”. Para él, que cada nación se cierre sobre sí misma conducirá a “pagar, con víctimas adicionales, por el sonambulismo que separa lo que está conectado”. Se debe ir más allá de los estados nacionales y apelar a la solidaridad humana. En una versión más extrema de esta tesis, Žižek cree que la solución a esta crisis globalizada es “una solidaridad incondicional y una respuesta coordinada globalmente, una nueva forma de lo que una vez se llamó comunismo”.
Según la chilena Aïcha Messina, la pandemia muestra que la globalización no es un mero intercambio económico. La calidad de nuestra vida y también la de nuestra muerte parecen depender de dinámicas globales: muchos ancianos de poblaciones vulnerables no sólo mueren, sino que lo hacen aislados y en condiciones inhumanas. El pánico, afirma Messina, surge de la ausencia de un marco político para estas dinámicas a nivel planetario.
“La comunidad de los abandonados”
La filósofa india Divya Dwivedi y su colega Shaj Mohan muestran que no hay un único paradigma de excepción, como parece asumir Agamben. La excepción puede ser negativa: nuestra reacción ante los virus es excepcional, peligrosa, como es peligrosa la excepción social de la cuarentena. Pero la excepción puede ser positiva: por ejemplo, cuando el médico húngaro Ignaz Semmelweis decidió lavarse las manos por primera vez en el siglo XIX, fue una excepción a la regla.