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La historia de la Antigua Roma —originalmente una ciudad-estado de Italia y después un imperio que cubría gran parte de Eurasia y el norte de África—, desde el siglo IX a. C. hasta el siglo V d. C., está muy ligada a su historia militar. El núcleo de la historia de las campañas militares romanas es el relato de las batallas terrestres del ejército romano, desde su defensa inicial y posterior conquista de las ciudades de las colinas vecinas de la península itálica, hasta la lucha final del Imperio romano de Occidente por su propia existencia contra los invasores hunos, vándalos y germanos tras la división del Imperio en los Imperios de Oriente y Occidente. A pesar de que el Bajo Imperio se extendía por las tierras de la periferia del Mediterráneo, en la historia militar de Roma las batallas navales fueron, por lo general, menos significativas que las batallas terrestres, debido a su dominio casi incuestionable del mar tras las feroces luchas navales de la primera guerra púnica.En primer lugar, el ejército romano luchó contra sus vecinos tribales y los pueblos etruscos de Italia; posteriormente llegó a dominar gran parte del Mediterráneo y más allá, incluyendo la provincia de Britania y Asia Menor en el apogeo del Imperio. Al igual que sucedió con la mayoría de las civilizaciones antiguas, el ejército de Roma sirvió para el triple propósito de asegurar sus fronteras, explotar las zonas periféricas, mediante medidas tales como imponer tributos sobre los pueblos conquistados, y mantener el orden interno. Desde el principio, el ejército romano tipificó esta pauta y la mayoría de las campañas de Roma estuvieron caracterizadas por uno de estos tipos: el primero es la campaña territorial expansionista, que normalmente empezaba en forma de contraofensiva, en la que cada victoria conllevaba la subyugación de grandes extensiones de territorio y que permitió a Roma pasar de ser un pequeño pueblo al tercer imperio más grande del mundo antiguo, abarcando casi la cuarta parte de la población mundial; el segundo son las guerras civiles, que azotaron a Roma con frecuencia desde su misma fundación hasta su desaparición final.
Los ejércitos romanos no eran invencibles, a pesar de su formidable reputación y el gran número de sus victorias. Durante siglos, los romanos «produjeron su propia ración de incompetentes» que condujeron a sus ejércitos a derrotas catastróficas. No obstante, el destino de los mayores enemigos de Roma, como Pirro y Aníbal, solía ser el de ganar las batallas pero perder la guerra. La historia de las campañas romanas es, ante todo, la historia de una persistencia obstinada que supera terribles derrotas.