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522. Pizarro tiene cuarenta y cinco años o un poco más, hoy en día la plenitud de la existencia, las inmediaciones de la vejez a comienzos del siglo xvi. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, entonces empleado de la administración fiscal del Darién, lo conoció bien, en particular durante una estadía profesional de varios meses en Panamá. Pizarro era entonces un hombre de elevada estatura —sin duda heredada de su padre— robusto, de buena estampa, de rasgos agradables, de un comportamiento siempre medido (lento o espacioso), que hablaba poco (de corta conversación) y ya famoso por su merecida reputación de gran valentía1.
2Hace veinte años que lleva una vida aventurera sobre las márgenes de la América colonial en vías de formación, con éxitos muy desiguales y en suma muy mitigados si se tiene en cuenta lo que habían costado: esfuerzos, sufrimientos españoles pero también sangre indígena. En un mundo en el que nada está aún verdaderamente ganado, en el que todo está por hacerse, uno imagina a Pizarro abierto hacia el futuro. Él ignora que tendrá que esperar todavía una larga década la sonrisa decisiva de la Fortuna.
La Compañía del Levante
3El documento notariado más antiguo de Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque se remonta precisamente a comienzos del año 1522. Se refiere a una cantidad de unos setecientos pesos enviada a Sevilla y proveniente sin duda del producto de una mina explotada en común con otro socio, un tal Diego de Mora. La colaboración de los dos primeros no era novedad. Desde hacía varios años ya, por lo menos desde 1519 con su participación en la expedición comandada por el licenciado Espinosa, estaban íntimamente asociados en negocios.