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Los plebeyos, que constituían el grueso del ejército, no gozaban de derechos políticos. Hasta que, hartos de esta situación, se enfrentaron a la aristocracia patricia.
Durante los primeros siglos de la República, la política romana estuvo dominada por la lucha entre los plebeyos y los patricios, los aristócratas que controlaban el poder. Esta lucha política y social terminó fijando, según quién escribiera, esas imágenes del patricio tiránico y del no menos tiránico y descarado plebeyo. Algún tiempo después de la caída del último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio, la ciudad estaba inmersa en una de las guerras contra sus vecinos que la hicieron famosa como potencia agresora. Entonces, en el año 494 a.C., se asistió a un espectáculo inédito: sus soldados, todos plebeyos, se negaron a combatir bajo las órdenes de los magistrados republicanos, todos patricios, y se retiraron a un monte cercano, para unos el Monte Sacro y para otros el Aventino. Allí hicieron saber de su descontento a los patricios.
Los plebeyos se negaban a luchar y a participar de la vida común si no se les daba franco acceso a las magistraturas desde las que se dirigía la República o, al menos, si no se les permitía nombrar a magistrados para gobernarse a sí mismos.
Con el paso de los años, los plebeyos consiguieron que las leyes se pusieran por escrito, para evitar que los magistrados patricios se aprovecharan de que sólo ellos las conocían. Los plebeyos también consiguieron levantar la prohibición que les impedía casarse con patricios.