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Respuesta:
espero que funcione
Explicación:
El Príncipe de Luca, hijo de Luis I de Parma y de la infanta María Luisa de Borbón, era nieto de Fernando I de Parma y de la Archiduquesa de Austria por vía paterna, mientras que por vía materna era nieto de Carlos IV de España, el padre de Fernando VI
El mismo Congreso que en Tucumán había declarado la independencia el 9 de julio de 1816 a principio del año siguiente trasladó sus sesiones a Buenos Aires. Los debates sobre la forma de gobierno eran intensos. Belgrano había propuesto –como táctica hacia los pobladores del Alto Perú, el bastión realista- una monarquía encabezada por descendientes de los incas. El mismo Belgrano, como Rivadavia y Sarratea, habían realizado gestiones en Río de Janeiro, Madrid, París y Londres, con diversas Casas Reales, intentando seducir a algún acreditado postulante para ocupar un trono en Buenos Aires. Aparecieron así –como se descartaron-varias posibilidades: a un príncipe portugués, por ejemplo, se le ofreció la atractiva idea de desposar a una princesa inca; también se conversó seriamente con Francisco de Paula de Borbón, hermano de Fernando VII. Pero las Casas Reales europeas que habían derrotado a Napoleón y acordado la restauración monárquica tras el Congreso de Viena de 1815 veían el proyecto con desconfianza. Además, el entretejido de intereses entre diversas monarquías –hasta el zar ruso siguió de cerca estas negociaciones- dificultaba los acuerdos. De hecho, el rey de España, Fernando VII, instalado nuevamente en el trono, lanzó una doble cruzada contra los liberales en su país, por reconquistar los territorios americanos. Recordemos que es recién en 1818 cuando San Martín consolida la independencia chilena en Maipú y comienza efectivamente la ofensiva de Bolívar desde el Norte. Con Lima como “capital” y la derrota de los revolucionarios mexicanos los territorios de los antiguos virreinatos estaban aún en disputa, en una todavía fragmentaria guerra continental.
Que las Provincias Unidas destinaran tiempo y esfuerzo para coronar un rey al estilo británico –no “absoluto”, sino “temperado”- no tenía nada de raro: era una tendencia de la época. Brasil, ese gran vecino siempre deseoso de llegar al Plata para apoderarse de la Banda Oriental, había optado por convertirse en un reino en diciembre de 1815, y el Príncipe de Brasil y Regente del reino de Portugal en el exilio asumió el trono en marzo de 1816, aunque su coronación efectiva debió esperar casi dos años más.
Esos ímpetus promonárquicos, sin embargo, chocaban contra un hecho de la realidad: en América había habido colonias y “vi-reyes” –verdaderos alter-ego del rey- pero nunca legítimas Casas Reales, y el espíritu republicano había imbuido a muchos de los primeros animadores de la independencia, como Moreno, Castelli, Dorrego y Monteagudo. Además, la lógica de la guerra continental, luchando contra una monarquía, iba en el mismo sentido: el viento, desde el norte, traía aromas a república, democracia y liberalismo aunque las monarquías, de suyo, aparecían como una variante probada y sólida. La disyuntiva era difícil.