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Titulo: Las navidades de Pablo Lerele
Este fin de semana le tocaba venir a Guille. Como quedaban pocos días para que nos diesen las vacaciones de Navidad y no teníamos deberes, mis padres dejaron que Guille se quedara a dormir el viernes y el sábado, ¡toma ya! Además, Lucas y Marta iban a pasar todo el fin de semana en una convivencia del colegio y eso significaba que todos los juguetes y consolas de la casa estaban a nuestra disposición.
Mi madre, como de costumbre, se lo curró bastante y nos preparó un fin de semana a lo Harry Potter.
Alquiló varias pelis de Potter para que las viéramos el viernes y sacó entradas para llevarnos a una exposición en la que podíamos ver y tocar los escenarios de la peli. Vamos, que teníamos garantizado un fin de semana de magia.
La tarde-noche del viernes la pasamos viendo las pelis de Potter. Tanta magia y tanto mago suele dejarnos las neuronas bastante tocadas. Así que antes de irnos a la cama para seguir discutiendo sobre la escuela de magia y sobre cómo podríamos entrar nosotros ahí, decidimos bajar a la cocina a por leche y unas galletas de vainilla y chocolate, que habíamos preparado con mi madre esa misma tarde.
Entre mordiscos y sorbos de leche, nos pareció escuchar un ruido extraño en el jardín. Nos asomamos por la ventana y los dos coincidimos en que era el ruido de unos cascabeles.
Pensé que sería el gato de mi vecino, que casi siempre se escapa de su casa y se cuela en nuestro jardín. -Tal vez sus pequeñas y malvadas dueñas, mis vecinas, le han colgado un cascabel para encontrarlo mejor- Pensé para mí.
Después de haber mojado tres o cuatro galletas más en la leche, volvimos a oír el mismo ruido. Nos acercamos de nuevo, pero en esa ocasión nos pareció ver una rama que se movía tras la verja del jardín. – ¿una rama moviéndose? – pensé que era bastante difícil diferenciar la realidad de la ficción porque, como ya he dicho, Harry Potter suele dejarnos en estado de shock durante algunas horas.El cuento de Navidad de los Lerele
Pero entonces, mi amigo Guille tuvo un pensamiento revelador.
– Son muchas coincidencias. ¿No te parece?
– ¿Coincidencias de qué? – conteste al tiempo que pensaba que Guille estaba bastante peor que yo.
– Pues coincidencias de todo…
Primero: quedan pocos días para que venga Papá Noel.
Segundo: seguro que sus ayudantes andan comprobando si de verdad somos niños buenos, o es sólo que lo ponemos en nuestra carta.
Tercero: Hemos escuchado un cascabel, como el de Papá Noel.
Y, por último, ¿alguna vez has visto una rama moverse de ese modo? Está claro, es un reno.
Guille tenía razón, ¿cómo no lo habría pensado yo? Este chico siempre me sorprendía.
– Tenemos que hacer algo para llamar su atención. ¡Ya lo tengo! Vamos a dejarles unas galletas de chocolate y vainilla en la puerta del jardín para que, al entrar a por ellas, nos vean jugando y charlando tranquilamente. Así, no les quedará ninguna duda de que somos tan buenos como hemos dicho en nuestras cartas.
– Eres un genio- dijo Guille.
Y así lo hicimos. Preparamos el reclamo perfecto y nos fuimos a la cama, para no despertar sospechas.
Al día siguiente fuimos a la terraza para ver si se habían comido las galletas, y estaba claro que las habían devorado, porque no quedaban ni las migas.
– ¿Lo ves? Se han comido las galletas. – dijo Guille.
Lo que todavía nos generaba dudas era si el que estaba merodeando por mi casa era Papá Noel o su ayudante.
Decidimos preparar algo más de comida para dejar en la terraza por la noche y como no teníamos mucho tiempo, porque mamá nos llevaba a la exposición de Harry Potter, cogimos pan de molde y nos pusimos manos a la obra con unos riquísimos canapés de navidad.
Nos quedaron deliciosos y el toque navideño de los moldes, con forma de estrella y de bola de Navidad, seguro que sorprendería a nuestro observador.
Justo cuando habíamos terminado nuestros canapés apareció mi hermano Lucas.
Por lo visto se encontraba algo mal y había vuelto antes de lo previsto de su convivencia. Por si las moscas, escondimos los canapés, porque Lucas es de los que come primero y después pregunta si eso tenía dueño. Vamos que, si no escondíamos bien los canapés, podíamos encontrarnos sin ellos y, lo que es peor, no podríamos dejar nada a Papá Noel.
Rápidamente planificamos una estrategia para despistar a Lucas.
Mientras Guille hablaba con él sobre el último videojuego que se había comprado, yo saqué los canapés y los dejé sobre la mesa de la terraza.
– ¡Si! Ese es mi tren. ¡Gracias Papá Noel! – grite sin remilgos.
El último en bajar fue Lucas. Llevaba unos días enfadado con la vida, o conmigo, o con los dos. Lo cierto es que lo que sucedió era de esperar.
Lucas cogió la notita y el paquete que venía marcado con el número 1. No nos contó lo que ponía en su nota, y tampoco le preguntamos, porque parecía que no era una carta muy amistosa.
La cara de mi hermano era un poema. Creo que en ese momento su enfado se dirigió al mundo entero…
Lucas lo abrió y…, bueno…, su sonrisa lo dijo todo.
Creo que papá y mamá también tenían regalos, pero estábamos tan emocionados los tres, que no nos dimos cuenta de lo que les había traído Papá Noel.
Y así fue como pasamos nuestra mañana de Navidad y como descubrí que Papá Noel siempre, siempre, siempre, comprueba si lo que ponemos en las cartas es o no verdad.