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.Aceptación: Cada persona, desde el momento de su nacimiento comienza su búsqueda de aceptación. El sentido de pertenencia a otra persona o a un grupo de personas es una afirmación muy fuerte. Desde pequeños intentamos complacer a nuestros padres para que acepten y nos amen. Cuando estamos en la escuela, esperamos ser aceptados por el “grupo popular.” En el trabajo, queremos estar en el mejor equipo de proyecto o ser aceptados por nuestro jefe y compañeros de trabajo.
Entramos en relaciones debido a que otra persona nos acepta, pero las relaciones fracasan, los grupos cambian con el tiempo y aún nuestros padres pudieran sentirse decepcionados por nuestras acciones. La única aceptación incondicional verdadera es la que nos ofrece Dios. Él nos ama pase lo que pase. A Dios no le importa cómo nos miramos o los errores que hayamos cometido.
Somos Su creación, nos ama y nos acepta incondicionalmente, a pesar de, dice Su Palabra que Él nos ama con amor eterno, no debes temer a que te rechacen. Así que mírate al espejo hoy y acéptate porque Dios te acepta (Efesios 1:6), pero si tú no te aceptas, ni te quieres, nadie te a querer como tú deseas, porque eso viene de adentro. Es la primera necesidad que solo Dios puede suplir.
El primer paso para superar el temor al rechazo es darnos cuenta que el Señor, y nadie más, es nuestra luz y nuestra salvación. Su Palabra dice en Salmos 27:1 “Jehová es mi luz y mi salvación. ¿De quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida, ¿De quién he de atemorizarme?”. Esto significa que cuando buscamos al Señor, Él ilumina nuestra vida, por lo tanto no dependemos de otras personas para hacer o deshacer. Esperamos del Señor que salve nuestras vidas, así que no dependo de que otros me acepten o me rechacen. Y esto significa que ya no necesitamos tener miedo a nada.
2.Identidad: ¿Te pones una máscara para que los demás te miren de una manera en particular? ¿Tienes diferentes identidades para diferentes personas? Siempre estamos tratando de definirnos nosotras mismas en relación a otras personas. ¿Eres una madre? ¿Una empleada? ¿La mejor amiga? ¿La chica divertida? Nuestras identidades a menudo se encuentran unidas a lo que otros nos proporcionan, y puede ser difícil ser todas las cosas a la vez, sólo para complacer a otros, o para sentirte bien estando con otros.
Dios conoce nuestra verdadera identidad, la que es entera y completa, lo más escondido de nuestro corazón y alma. ¡Somos hijas de Dios! Y nos hizo maravillosas. Cuando descubrimos el poder y presencia de Dios dentro de nosotras mismas, encontramos nuestra verdadera identidad, esa que no depende de lo que digan los demás ni lo que vean otros en nosotras, porque el Señor ve de manera diferente (1° Samuel 16:7). Somos, y siempre seremos, creaciones únicas del Gran Diseñador.
En Dios, eres una amada portadora de Su imagen (Génesis 1:26-27), eres princesa y coheredera del Reino de los Cielos (Romanos 8:17), eres Su hija (Juan 12:15), eres más que vencedora (Romanos 8:28-39), eres templo y morada del Espíritu Santo (1° Corintios 3:16), eres linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios (1° Pedro 2:9), eres la sal de la tierra y la luz de este mundo (Mateo 3:13-15), eres heredera de la eternidad (Gálatas 4:7) y se me acabarían las líneas para escribirte todas aquellas cosas que Dios, quién sí nos conoce realmente dice de ti y de mí.
3.Seguridad: La tercera necesidad que tenemos todas es la de sentirnos seguros, pero algunos dirán “Para eso están los seguros”, y aunque puede ser cierto, un seguro no lo es todo, porque no te libra de un robo, un secuestro o un mal rato, y es que un asaltante no te preguntará si tienes seguro o no, simplemente hace lo que va a hacer y listo. La gente clama por seguridad, salen a la calle y no saben si van a volver. Uno piensa que los ricos son los que tienen más seguridad, pues como tienen dinero ponen más rejas en su casa, cercado eléctrico, cabinas de seguridad con guardia hasta armado; instalan cámaras de seguridad y detectores de ladrones
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no existe
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