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Uno de los privilegios de escribir es el derecho de inventar neologismos o palabras que representen necesidades personales. En este medio he utilizado la palabra semaforista en varias ocasiones con la finalidad de describir a la población que habita, vive y depende de la luz de los semáforos y de la mirada de los automovilistas. Desde que me referí a ellos por primera vez he notado algunos cambios. El número de semaforistas ha aumentado; en los últimos años a los muy pobres se han sumado personas que seguramente pertenecían antes a la clase media baja; la población se recicla continuamente; aunque suelo circular por las mismas calles “casi no hay” semaforistas viejos –seguramente los mató “el sistema”; cada vez venden nuevos productos y ofrecen nuevos servicios; lo que no se ha modificado es que siguen siendo magnífico retrato del fracaso de nuestros gobernantes.