Respuestas
Escucha, hijo, los preceptos del maestro, e inclina el oído de tu corazón, y recibe con gusto la instrucción de tu Padre que te ama, y ponla por obra. De modo que vuelvas por el trabajo de la obediencia a Aquel de quien te alejaste por la desidia de la desobediencia. A ti pues se dirigen ahora mis palabras, cualquiera que seas que renunciando a tu propia voluntad, militarás bajo el estandarte del Rey y Señor Jesucristo, y que tomas las fortísimas y preclaras armas de la obediencia.
En este pasaje está incluida la esencia del monaquismo.
El que entra en un monasterio no trata otra cosa que de volver a Dios, de
desandar el camino del pecado para un encuentro. Y ese camino se recorre
bajo una obediencia, una obediencia a una regla de vida. La vida monacal
tiene dos aspectos: un aspecto ascético y otro místico. La
parte ascética de la vida monástica trata de rectificar todo
lo que hay de torcido en la vida espiritual del monje al entrar en religión.
La parte ascética se encamina a controlar las pasiones, las malas
inclinaciones, a ir disminuyendo la cantidad e intensidad de los pecados.
El ascetismo implica lucha, una lucha interna que debe ser progresiva. El
monje debe erradicar de si las faltas mortales, después debe luchar
contra los pecados veniales, y finalmente debe intentar que no se halle
en él ni siquiera imperfección moral. Por otro lado debe ir
vaciando todo su ser de lo que no sea Dios. No sólo debe vaciarse
de lo malo, sino incluso de aquello que no siendo malo es un obstáculo
para la unión con Dios.
El aspecto místico de la vida del monje es la acción de la
gracia divina en su alma. Dios le irá dando a entender a través
de la oración quién es El, y de ese conocimiento surgirá
un mayor amor hacia Dios. El ascetismo no tendría ningún sentido
si no fuera una preparación para la unión con Dios. El duro
tenor de vida que hay en un monasterio no es un fin en si mismo, es tan
solo un medio, un camino de unión con la trascendencia.
¿Y cuáles son esas "armas" que toma
el monje? Pues esas armas son la oración, la obediencia a un superior,
la comida austera, la castidad perfecta, el silencio, la humildad, la pobreza,
vivir siempre en el monasterio, trabajar en la presencia de Dios, etc. Se
les llama armas porque según la tradición monástica
el monje tendrá que luchar contra sí mismo y contra los espíritus
de la tentación. De esta manera el monaquismo es una milicia.
Como se ve el monaquismo implica una visión de la remuneración
escatológica muy distinta de la concepción protestante. Los
protestantes postulan que el premio en el Reino de los Cielos es igual para
todos. Lo importante es salvarse, y ya está. El premio será
igual tanto si has sido un rufián como si has sido una persona buena
y caritativa.
La visión católica defiende que el premio en el Cielo será
acorde a las obras de cada uno. Todos verán a Dios, pero cada uno
recibirá de Dios de acuerdo al bien que hizo cuando estuvo en el
mundo. De ahí que la fe católica ha encarecido siempre la
práctica de las buenas obras. Abrazar la vida monástica trata
de ser un modo de vida que nos encauce hacia el ejercicio de todas esas
buenas obras. Por eso en el protestantismo no hay monasterios, puesto que
en su teología no hay lugar para una santificación. En Lutero
el hombre está corrompido por naturaleza, en la concepción
católica el hombre está tan solo inclinado al mal, y además
cabe la regeneración de todo su ser hacia un estado de plena bondad
viviendo en Cristo. El monje como se ve participa de este optimismo antropológico.
El capítulo IV de la Regla de San Benito 1 se titula De los instrumentos de las buenas obras. Parte del citado capítulo, uno de los más interesantes de toda la regla, dice así:
El primer instrumento es amar a Dios con todo el corazón,
con toda el alma y con todas las fuerzas.
Luego, amar al prójimo como a sí mismo. No matar. No fornicar.
No hurtar. No codiciar. No levantar falso testimonio. Honrar a todos los
hombres. No hacer a otro lo que no quiere para sí. Negarse a sí
mismo para segur a Cristo. Castigar el cuerpo. No darse al regalo. Amar
el ayuno. Socorrer a los pobres. Vestir al desnudo. Visitar a los enfermos.
Enterrar a los muertos. Socorrer al atribulado. Consolar al afligido. Aborrecer
la conducta y máximas del mundo. No anteponer cosa alguna al amor
de Cristo. No dejarse llevar de la ira. No guardar ocasión de venganza.
No tener dolo en el corazón. No dar paz fingida. No abandonar la
caridad. No jurar, para no exponerse a jurar en falso. Decir verdad con
el corazón y con la boca. No volver mal por mal. No hacer a otro
injuria, y recibir con paciencia la que hicieren. Amar a los enemigos. No
volver maldición por maldición, sino bendecir a los que nos
maldicen. Sufrir persecución por la justicia.