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Las invasiones bárbaras del siglo III (212/213-305) se configuran como un período continuo de incursiones dentro de los confines del Imperio romano, llevadas a cabo para saquear o robar1 por personas armadas de grupos que habitaban a lo largo del limes septentrional: pictos, caledonios, sajones en Britania; frisones, francos, alamanes, burgundios, marcomanos, cuados, lugios, vándalos, jutungos, gépidos, godos (Tervingios en Occidente y Greutungos en Oriente)2 las tribus tracias de carpos y sármatas de yázigas, roxolanos y alanos, así como de bastarnos, escitas, boranos y hérulos a lo largo de los ríos Reno y Danubio y a orillas del Mar Negro.
Desde tiempos de Marco Aurelio, durante las guerras marcomanas (165-189) que las tribus germánico-sármatas no ejercían una presión tan fuerte en los confines septentrionales del Imperio.
El creciente peligro para el Imperio se debía principalmente a un cambio con respecto a siglos anteriores en la estructura tribal de su sociedad: la población, en constante crecimiento y empujada por los pueblos orientales, necesitaba nuevos territorios para expandirse: de lo contrario las tribus más débiles desaparecerían. Por ello se vio la necesidad de unirse en federaciones étnicas de grandes dimensiones, como las de los alamanes, francos y godos. La idea era agredir con mayor eficiencia al vecino Imperio o defenderse de la irrupción de otras poblaciones bárbaras fronterizas. Para otros estudiosos, además de la presión de las poblaciones externas, hay que contar con el contacto y la comparación con la civilización imperial romana (sus riquezas, lengua, armas, organización) como motivo para que los pueblos germánicos quisiera restructurarse y organizarse en sistemas sociales más robustos y permanentes, capaces de defenderse mejor o de atacar seriamente al Imperio.
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