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La Eucaristía es el sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. En la comunión se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la vida eterna.
Todo bautizado a quien el derecho no se lo prohíba, puede y debe ser admitido a la sagrada comunión. La Iglesia la recomienda a los fieles que participan de la Misa y tengan las debidas disposiciones, y establece la obligación de comulgar al menos en Pascua. Los niños pueden recibirla si tienen suficiente uso de razón, de modo que entiendan el misterio según su capacidad, y si se han preparado para hacerlo con fe y devoción.
Para recibir la comunión se debe estar plenamente incorporado a la Iglesia católica y hallarse en gracia de Dios, es decir, sin conciencia de pecado mortal. Los fieles que no se encuentran en estas condiciones no deben solicitar la comunión mientras persistan en la conducta que motiva la prohibición; se les ha de facilitar toda la ayuda conveniente para salir de esa situación.
Se aconseja recibir la comunión dentro de la Santa Misa, aunque cabe hacerlo fuera por justa causa. Se puede recibir dos veces en el mismo día solamente dentro de la celebración eucarística, salvo caso de peligro de muerte. De ordinario se recibe bajo la especie del pan, excepto en algunos casos previstos por las leyes litúrgicas, en que se puede hacer bajo las dos especies.
Quien vaya a recibir la Eucaristía ha de atenerse al ayuno, absteniéndose de cualquier alimento y bebida desde una hora antes, exceptuando el agua y las medicinas. Esta norma no obliga a los ancianos, enfermos y a quienes les acompañan.
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