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una pandemia global, un virus que atraviesa fronteras ajeno a cualquier idea de límite territorial y, sin embargo, se nos impone un aislamiento casi total, en unidades familiares, en los domicilios particulares lo que, siendo necesario, no deja de ser una especie de incongruencia.
Todo esto nos llena de incertidumbre, nos coloca en una situación incierta y, por eso, más difícil de enfrentar. La crisis generada por el COVID19 nos obliga a afrontar en primer lugar y, sobre todo, una crisis de bienes primarios, esenciales, la vida misma. En esta crisis, la salud es lo primero, porque es una condición necesaria para cualquier otra, porque abre las posibilidades a todo lo demás. Por eso, ahora, lo que toca a cada uno de nosotros es dejar trabajar a los profesionales, seguir las demandas de los que mandan en este momento y ya llegará el momento de pedir cuentas por lo que nos ha llevado a esta situación y de lo que se ha hecho para sacarnos de ella. Esto no quita para que, mientras esto acaba, podamos analizar situaciones que se nos dan ahora mismo.
Lo primero que, en mi opinión, debemos asumir es que este virus nos enfrenta por un lado a nuestra interdependencia global y por otro a reconocer, de la misma manera, nuestra vulnerabilidad. Esta última nos debe hacer ver que somos seres necesitados, que la individualidad y el individualismo acabarán con nosotros, están acabando con nosotros y con el planeta y es también esta vulnerabilidad la que nos hace interdependientes en nuestras pequeñas sociedades y en la sociedad global.
Podríamos decir que nos trata a todos por igual, nos pone igualmente en riesgo de enfermar, de perder a alguien cercano. El virus demuestra que la comunidad humana es igualmente frágil, y los más frágiles entre todos, los que con más facilidad van a sufrir las peores consecuencias (los ancianos y los más enfermos) están empezando a ser señalados por algunos gobiernos como los culpables de la crisis económica que vendrá y los están queriendo sacrificar en el altar de la economía financiera.
Por otro lado, la desigualdad social y económica, como no puede ser de otra forma, asegurará que el virus discrimine. El virus por sí solo no lo hará, pero los humanos seguramente lo estamos haciendo. Con los poderes en alza del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo terminal, podemos imaginar un mundo en el que las vidas europeas son valoradas por encima de todas las demás, vemos esa valoración desarrollarse violentamente en las fronteras de la UE (con muros, vallas, devoluciones en caliente y recorte brutal de derechos humanos) y en el interior de la propia UE con discriminaciones entre países del norte y el sur.
Lo más probable es que la infección por COVID-19 se concentre, sea más grave y tenga mayor letalidad entre los más desfavorecidos que, además, tendrán menos acceso a diagnósticos y tratamientos oportunos y de calidad, aunque el tratamiento para la infección sea hoy por hoy muy limitado. Los determinantes sociales de la salud hacen que los grupos sociales más desfavorecidos a menudo padezcan más afecciones y enfermedades crónicas que los ponen en riesgo de enfermar gravemente y morir por el COVID19, además de que es previsible que, sobre todo donde no hay acceso igualitario a sistemas nacionales de atención de salud, esos sectores se vean todavía más afectados por retrasos en el diagnóstico y tratamiento de este y de otros problemas de salud. Y, finalmente, también muy importante por la enorme cantidad de personas afectadas, es que los desfavorecidos socialmente sufrirán las mayores consecuencias económicas y sociales
Otro aspecto a señalar, que siempre se puede observar en las epidemias, y ya se hizo ver en el tratamiento de la crisis del Ébola, es que el aplazamiento de la atención médica para otras enfermedades, que ya está ocurriendo en todo el mundo, a medida que los sistemas de atención sanitaria se sobrecargan y anticipan la afluencia de casos de Covid-19, podría afectar drásticamente a la morbilidad y la mortalidad por diversas enfermedades crónicas. Si a esto le sumamos el cierre de centros de Atención Primaria para dedicar a sus trabajadores a hospitales de campaña, como en Madrid, las consecuencias podrían ser dejar de atender a los pacientes en sus domicilios que se está demostrando como la mejor manera de descargar los servicios hospitalarios.