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Respuesta:
El tío Hilario regresaba ebrio a su vivienda. Los follajes tejían tupida nave; entenebreciendo el paso.
Iba llegando a una bajadita que conducía al cauce seco de una quebrada. Súbito, pareció que alguien,
quebraba ramas, tronchaba tallos. Le asaltó el miedo. Entonces recordó, lo que la gente contaba de
aquel paraje montañoso y el cauce seco de aquella quebrada. En él se aparecía la Siguanaba.
El tío Hilario alcanzó a divisar a una mujer alta y flaca. Fuera de la camisa negra, desgarrada, se le
salían colgándole hasta más abajo del ombligo, las chiches flojas y enjutas. La cabellera abundante y
completamente canosa, toda alborotada. Los ojos le brillaban como brasas, y la nariz se le curvaba
sobre los labios chupados. El cuello, desnudo, era largo y seco. Sin que el tío Hilario tuviese tiempo
de nada, la Siguanaba se le subía, en ancas. Se aseguraba, anudando sobre su pecho las manos
huesudas y frías, y las uñas, largas y curvas, se le hundían, afiladas, en la piel, arañándole y
desangrándole.
El aliento de aquella boca apestaba a infierno. El macho, al sentir aquel peso, saltó, relinchando, y
salió disparado. El tío Hilario, instintivamente, apretó los muslos a los flancos de la bestia y se afianzó
en los estribos con todas las fuerzas. El tío Hilario llegó en ese punto a perder conciencia de todo,
cabalgó hasta que el macho, al tropezar en las raíces resaltantes de un amate que cruzaban el camino,
le hizo embrocarse. Ambos jinetes saltaron: el tío Hilario, había ido a caer, de bruces. La fuerza del
golpe, le hizo perder, por completo, el sentido, y ahí quedó desamparado. Mientras tanto, la Siguanaba
se había incorporado y sin dejar sus jajayos, se alejó adentrando en la espesura de la arboleda.
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