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El peso de los sentimientos, las emociones o los afectos en nuestra comprensión del prójimo y del mundo es un tema eludido conscientemente, durante mucho tiempo, por la ciencia y los científicos. Y esto se explica por las numerosas contradicciones e inexactitudes que, desde siempre, han enturbiado el problema de tales sentimientos. Sin embargo, es cierto que todos nosotros somos, de alguna manera, "expertos en sentimientos" e, incluso, también es verdad que vivimos toda nuestra vida, como bien decía Hermann Hesse, esencialmente "a través de los sentimientos"1. Aunque, por otro lado, no sabemos, o al menos la ciencia no lo sabe con certeza, qué es un sentimiento, cuál es su significado y cómo actúa. Teniendo en cuenta que de manera habitual los sentimientos se consideran inasibles, irracionales y perturbadores, admitimos que deben eliminarse en lo posible de cualquier "pensamiento objetivo". De ahí deducimos que cualquier ánimo de comprender al otro o al mundo se nos presenta tergiversado y exclusivamente cerebral, lo que tiene profundas implicaciones no sólo respecto a nuestra actitud frente al mundo en general sino también frente a nuestro enfoque terapéutico.
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