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Una historia que podría haber salido del armario hace unas semanas, si el Parlamento alemán no hubiera decidido -tras un debate de apenas media hora-, oponerse a reconocer como genocidio la matanza sistemática que practicó contra diversas tribus de la actual Namibia a principios del siglo XX. ¿Genocidio? Sí, probablemente ésa sería la mejor manera de definirlo, tal y como asegura la experta del Museo de Etnología de Colonia, Larissa Förster: “Fue claramente una orden para eliminar a gente perteneciente a un grupo étnico específico y sólo porque formaban parte de este grupo”.
El Ejecutivo, en cambio, negó la mayor y aceptó sólo una vacua “responsabilidad histórica y moral hacia Namibia”. Es más, en 2004, el gobierno alemán desautorizó las palabras de su ministro de Ayuda al Desarrollo, Heidemarie Wiecaorek-Zeul, quien pidió perdón por las masacres y reconoció la acción como genocidio. Es en cierto modo, un caso parecido al de los británicos en Kenia, del que tan sólo ahora han comenzado los documentos a salir a la luz. Y al igual que Londres, Berlín teme que el reconocimiento conlleve una cascada de peticiones de reparación.