• Asignatura: Inglés
  • Autor: jodao
  • hace 3 años

guion sobre el sueño del pongo y es para hoy pliss

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Respuesta dada por: pablozevada
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Un hombrecito se encaminó a la casa-hacienda de su patrón. El gran señor, patrón de la hacienda, no pudo contener la risa cuando el hombrecito lo saludó en el corredor de la residencia. Atemorizado, con los ojos helados, se quedó de pie. - A ver! - dijo el patrón - por lo menos sabrá lavar ollas, siquiera podrá manejar la escoba, con esas sus manos que parece que no son nada.

Arrodillándose, el pongo le besó las manos al patrón y, todo agachado, siguió al mandón hasta la cocina. El hombrecito tenía el cuerpo pequeño, sus fuerzas eran sin embargo como las de un hombre común. Quizá a causa de tener una cierta expresión de espanto, y por su ropa tan haraposa y acaso, también porque quería hablar, el patrón sintió un especial desprecio por el hombrecito. El hombrecito no podía ladrar.

- Ponte en cuatro patas - le ordenaba entonces-El pongo obedecía, y daba unos pasos en cuatro pies. El hombrecito sabía correr imitando a los perros pequeños de la puna. - Regresa! - le gritaba cuando el sirviente alcanzaba trotando el extremo del gran corredor. Algunos de sus semejantes, siervos, rezaban mientras tanto el Ave María, despacio, como viento interior en el corazón.

- Alza las orejas ahora, vizcacha! Vizcacha eres! - mandaba el señor al cansado hombrecito. Como si en el vientre de su madre hubiera sufrido la influencia modelante de alguna vizcacha, el pongo imitaba exactamente la figura de uno de estos animalitos, cuando permanecen quietos, como orando sobre las rocas. Golpeándolo con la bota, sin patearlo fuerte, el patrón derribaba al hombrecito sobre el piso de ladrillo del corredor. En el oscurecer, los siervos bajaban del corredor al patio y se dirigían al caserío de la hacienda.

Entonces, con sus manos nudosas, el ángel viejo, sacando el excremento de la lata, me cubrió, desigual, el cuerpo, así como se echa barro en la pared de una casa ordinaria, sin cuidado. - No, padrecito mío, señor mío. Cuando nuevamente, aunque ya de otro modo, nos vimos juntos, los dos, ante nuestro Gran Padre San Francisco, él volvió a mirarnos, también nuevamente, ya a ti ya a mi, largo rato. Con sus ojos que colmaban el cielo, no sé hasta qué honduras nos alcanzó, juntando la noche con el día, el olvido con la memoria.

Nuestro Padre le encomendó vigilar que su voluntad se cumpliera.

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